La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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San Andrés de Teixido. Tenía este post pendiente de publicar, pero en la vida de un periodista surgen mil y un lances, y al final lo urgente siempre desplaza a lo importante. Porque mi estancia en San Andrés de Teixido muestra su cara y su cruz. La cara ya la describí, y sigo contento de haber ido. Pero no todo es bonito allí. Demos un repaso no de viejo cascarrabias (mi mujer dice que en eso me estoy convirtiendo, ella sabrá), sino esperando que alguien meta mano y arregle los puntos negros.

Por empezar por algún lado, han construido un excelente y muy discreto aparcamiento gratuito a la entrada, en un lugar que no mutila el paisaje. Quien lo concibió y diseñó se merece una medallita: así se hacen las cosas en los países punteros de Europa (o sea, en los nórdicos). Pero como está cuesta arriba porque la sierra de A Capelada no es la Terra Chá, más de uno y más de doce intentan aparcar en la explanada de abajo, destinada a los autobuses, montándose un follón de mil demonios porque luego no hay quien salga. Súmesele a ello el que los de allí, como los de toda España, quieren meter su propio coche en la sala de estar, así que con aquello plagado de gente bajan y suben los vehículos. Una locura doméstica.

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Luego están los edificios que se merecen simplemente dinamita. Serán legales (¡me libre Dios de decir yo lo contrario, en este país donde todo el mundo pide licencia para levantar un mero tejadillo!), pero resultan lamentables y lo mejor que puede pasar es que alguien los destruya voluntariamente o no. Afean el conjunto.

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Por último, los puestos de ventas de recuerdos locales y entrañables… made in Taiwan, made in China o made in Valencia, acompañados de conchas del Índico o del Pacífico. Etnografía pura, vamos. Tan solo los típicos sanandreses sobreviven, engullidos por esa vorágine. Porque las rosquillas (al menos los dos paquetes que compré yo en sendos puestecillos) son de otras partes de este irredento país.

Así puede haber avalancha, que la hay, pero no hay futuro. Al menos turístico. Para eso se necesita repensar San Andrés y poner a disposición del público servicios. No sanitarios, que de esos existen (nada agresivos con el entorno), sino de los otros: un buen lugar para comer, un buen lugar para dormir, un paseo más allá de la fuente… O sea, crear un producto turístico. Y el que quiera ir allí, que prepare la cartera. Como en todas partes, vamos.

PD/ Pasé por Cariño a correr, así como antes por Cedeira, así que dos de mis fieles lectoras tendrán que esperar a mejor ocasión.