La Voz de Galicia
Aprendiz de madre
El blog de la crianza y la conciliación
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Me entero esta mañana del terrible terremoto que azotó Haití. Mientras le doy el desayuno a Montserrat, que está a punto de partir al cole, veo en la televisión las imágenes de heridos y muertos. Muchos muertos.

Intentado que mi hija no mire esos cuerpos cubiertos de sangre y escombros, le dejo mi móvil para que vea un vídeo y termino de vestirla. Pero no puedo quitar la vista de la pantalla. Son muchos muertos, mucho dolor. Siempre que ocurren catástrofes de esta magnitud me atemorizo pensando que la vida es solo un instante y que nadie está exento del peligro.

En el momento en el que escribo estas líneas miles de hombres, mujeres y niños yacen bajo las ruinas de los edificios que se vinieron abajo en aquella distante nación del Caribe. Cuerpos sin vida. Sin esperanza. Intento contener las lágrimas mientras la peque juega a mi lado. Tengo en las manos el mando pero no puedo cambiar de canal. El desfile de cadáveres en el suelo o agolpados unos sobre otros en improvisada carrozas fúnebres parece no tener fin.

En ocasiones he pensado que con el bombardeo de información diaria que recibimos hemos perdido la capacidad de asombro, pero esta vez confirmo que no es así. Me siento totalmente impresionada pensando en que esos cuerpos hasta hace poco eran vida y significado. Ahora son solo restos, números de una estadística que escucharé hasta el cansancio en los informativos de la semana.

Y de pronto, no sé por qué, algunas notas de Viva la vida (de Coldplay) resuenan en mi cabeza. No encuentro relación alguna pero consigo apagar la tele… y la vida continúa.