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-Esta noche te quedas sin lectura.

Lo hemos conseguido. Hemos conseguido que nuestro hijo de cuatro años vea como uno de los peores castigos posibles la frase con la que arranco esta columna. Y es un orgullo pleno. Si consigues que alguien, si es tu hijo ya es sublime, tenga adicción a la lectura, podrás decir que has hecho algo en la vida. No todo el mundo puede presumir de eso, pero está al alcance de cualquiera.

Leer es colarse en la mente de otra persona, vivir lo que ha diseñado para ti en exclusiva; cada lector es único cuando está leyendo el libro de un autor, no existe nadie más. Cuando estás realmente enfrascado en la lectura, todo lo demás se olvida. No importa si hay ruido alrededor, si hay personas en la sala que ocupas, si estás escuchando música, o si la temperatura no es la adecuada. El cerebro es capaz de ralentizar tus sensaciones para que toda tu atención se centre en la trama del libro. Seguro que recuerdas alguno de esos libros que prácticamente te has devorado. Cada minuto libre disponible lo empleaste para avanzar en aquella historia. En esos momentos, ¿te importaría que estuviese en papel o en formato electrónico?

Cuando hay que decidir sobre elegir una opción binaria, enseguida se forman ambos bandos. Un bando es una facción en la que por definición sus miembros están enfrentados, o peor todavía, caminan en paralelo, sin encontrarse jamás. No deberían de existir los bandos paralelos. Si estás enfrentado, todavía es posible que haya refriega y entonces, a lo mejor, llegues al final a empaparte de algo de la doctrina del contrario. Sin embargo, si circulas en paralelo al otro bando, jamás te encontrarás. No disfrutarás de lo que disfruta el otro. Siempre es mejor de frente.

Es por este razonamiento que hoy os quería traer el enfrentamiento de los amantes de los libros en papel y los de los libros electrónicos. El olor es lo primero que les viene a la mente a los defensores de los folios. Quizá es que ellos tienen libros antiquísimos que atesoran los aromas de la biblioteca más romántica del palacio más escondido. Mis libros no huelen más que a papel. Creo que puedo vivir sin el olor a papel. Te puede gustar el olor de la celulosa envejeciendo, por supuesto, y su tacto, y el sonido de tus dedos al pasar la página o al rozar una contra otra; también te puede gustar el reflejo de la luz del día contra el papel y solo leer a la luz del sol. Todos los sentidos están reflejados en el disfrute de un libro en papel (casi).

Los defensores de los libros electrónicos también son aguerridos, mantienen su postura para alabar sus ventajes, que las tienen y son muchas. Entre ellas destacan el acceso universal a través de la Red, o también que no malgastan papel, precisamente lo mismo que los que caminan en paralelo tanto adoran. El papel, la celulosa de esos árboles que ya nadie quiere plantar, igual que nadie quiere tener tantos hijos como antes. Es una cuestión medioambiental, y también es una cuestión ergonómica. La capacidad que los reproductores de libros electrónicos aportan para llevar muchos más de los libros que te dará tiempo a leer en tu vida es muy atractiva y no te dejarás la espalda transportando pesados libros de un lugar a otro.

Todavía recuerdo cuando jugaba a mediados de los 90 a imaginar que toda mi música podría algún día caber en un disco duro que llevase conmigo a todas partes. Era solo una idea, comenzaba a almacenar «megas» en forma de discos con formato MP3 y el cálculo de aquellos 10 discos por CD me hacía pensar en la posibilidad de que luego de esos CDs todavía llegaran otros formatos más amplios (llegó el DVD enseguida) y también más útiles y que prescindieran de los redondos reproductores que empezaban a incorporar el sistema de absorción de choques, tan necesario para caminar con el «discman» de camino a la facultad. En aquellos momentos la sensación de posesión era la que primaba en mi cabeza. A día de hoy me interesa tanto la satisfacción de compartir como la de poseer los contenidos. En la familia ya son muchos los libros digitales que se acaban leyendo por todos. Se siguen prestando libros y recomendando y compartiendo lo que nos gusta.

Ahora puedo llevar todos los libros que me voy a leer, todos los que he leído con sus anotaciones e incluso todos los que me gustaría llegar a leer en mi dispositivo móvil de preferencia. Utilizo indistintamente un iPhone, un iPad o un Sony eReader, pero cada vez más lo hago desde el iPhone, porque siempre está conmigo. Y claro que sigo teniendo libros en papel, los sigo comprando de forma impulsiva desde la app de Amazon de mi iPhone. Ellos se encargan de enviarlos a mi casa a una velocidad endiablada, más quizá de la que pueda mantener a nivel económico o de frecuencia de lectura. Sigo adorando leer cuando la historia es tan interesante que equivale a apagar todas las notificaciones. No me importa si es en papel o en formato digital. Si tuviera que elegir uno de los dos, me decantaría sin dudar hacia el formato digital. Pero no tenemos que elegir, no por ahora. No es una decisión urgente, hay tiempo.