La Voz de Galicia
Serantes
Tecnología y productividad en movilidad
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Las cifras en cuanto a utilización de tecnología móvil están dejando muy claro que una persona = un móvil. Incluso en la gama de teléfonos inteligentes, a nivel de equipamiento individual, el smartphone es el dispositivo que más ha crecido en el último año, con una penetración del 53,7%, verificando la tendencia de todo el mundo conectado; otro dato sifnificativo de la conectividad total es que el número de hogares con algún usuario de móvil se sitúa en 16,6 millones (el 95,6%), cerca de 400 mil hogares más que el dato recogido en el tercer trimestre de 2012.*

Todos y cada uno de los dispositivos móviles pueden ser vistos desde enfoques muy diferentes. Por una parte, seguro que estamos de acuerdo en que son una herramienta de comunicación avanzada, que facilita la conexión entre personas, entre máquinas y algo cada vez más habitual, entre personas y máquinas. Esta vertiente de utensilio para la comunicación es realmente un hecho que marcará un hito en la historia de las civilizaciones, al nivel del descubrimiento del fuego hace 790.000 años o la invención de la locomotora de vapor a principios del siglo XIX. Por otra parte, son una fuente de distracciones en base a la cantidad de información que generan y los sistemas de notificaciones que disponen para que la información además de ser precisa y fiable llegue a nuestro conocimiento de la forma más eficaz. Y este objetivo lo cumplen muy bien, funciona.

Somos conscientes en algunos casos de la llegada de notificaciones a los dispositivos móviles, quizá porque alguien tiene una configuración de sonido muy elevada en su móvil y si recibe una llamada de voz todos nos ponemos a bailar con la última canción de Rhianna, bien porque los tonos de recepción de mensajes de su sistema favorito de mensajería instantánea (Whatsapp probablemente) no dejan de sonar con una frecuencia y una intensidad realmente desgradable para nuestros oídos. Estas notificaciones no son para nosotros, pero estamos expuestos como si lo fuesen. Nuestro sistema nervioso se pone en marcha porque el sentido del oído así se lo ordena en base a la información que le está llegando. Estamos trabajando, activamente, de forma gratuita porque se generan notificaciones en los dispositivos de otras personas. Y lo hacemos todo el día, sin poder evitarlo y sin poner remedio para fijar el foco en lo que realmente demande nuestra atención.

Y si bien decía que somos conscientes en algunos casos, quizá no lo seamos tanto en otras ocasiones; esas en las que hemos incorporado a nuestra rutina diaria el gesto de verificar las nuevas informaciones que llegan a través de nuestros teléfonos inteligentes de una forma tan eficaz que incluso llegamos a pensar que ha llegado una señal sin que esta se haya producido. Algunos notan vibraciones en su dispositivo alojado en el bolsillo, otros juran que han escuchado el sonido tan característico de su melodía y los más obsesionados con el asunto llegan a visualizar en la pantalla apagada como un aviso emerge para avisarles de la llegada de una novedad sin que esta se haya producido. Las notificaciones móviles nos están haciendo daño.

El problema que algunos podemos llegar a identificar en la ida y venida de avisos digitales es generado por nosotros mismos y la asignación de prioridad a la nueva información. La sensación de urgencia que aplicamos a la llegada de una notificación es aportada de forma íntegra por nosotros, la urgencia reside en el que envía la información. No podemos tener urgencia o ansiedad por algo que no estamos esperando, salvo que nos hayamos predispuesto para ello. Esto es en lo que nos estamos adiestrando y lo hacemos muy bien. No nos hacen falta las notificaciones, es un collar que no llevamos puesto cuando nacemos y que nos encanta apretar a nuestro cuello cuando tenemos ocasión. La urgencia es irreal y se apodera de nuestra capacidad de decisión. Podríamos librarnos de esta presión generada por los demás si nos hiciésemos una sencilla pregunta: ¿de quién es la urgencia realmente? Si la contestación es que el propietario de la misma no somos nosotros, entonces, llega el momento de la liberación. Cada uno que se encargue de sus urgencias, haya o no haya notificado la misma a través de uno de los múltiples canales que tenemos abiertos, demasiado abiertos.

Si estás convencido de que para ti las notificaciones no son un problema, te voy a poner un ejemplo de cómo reacciona el cerebro ante una de ellas mientras estás ejecutando una tarea, esa que es la central de tu día, la que más trabajo te está llevando y en la que te juegas tanto. Imagina por un momento que el tiempo que dedicas a una tarea es una cuerda, una cuerda de un metro de largo, que tiene un principio y tiene un final. Ese es el tiempo que te llevará tu tarea. Si permites que existan interrupciones para el desarrollo de la misma, puedes ver la interrupción como un corte de la cuerda, una tijera que realiza un corte certero y paralizante. No pasa nada porque se corte tu tarea, puedes seguir a continuación de la interrupción pero eso sí, tendrás que hacer un nudo en la cuerda para continuar, ya no tienes un metro de cuerda,  tienes menos, menos tiempo. Cuantas más interrupciones, más cortes, más nudos para «re-anudar» la actividad, menos tiempo. ¿A que ahora ya no piensas que las notificaciones no son un problema para tu capacidad de hacer cosas? Las notificaciones son interrupciones.

Pero es que realmente recibir una notificación en tu dispositivo móvil es una satisfacción. Es un pequeño placer instantáneo el percibir que alguien en algún sitio, sea una persona que está pensando en ti, o una máquina que te entrega una información personalizada o no tan personalizada, tenga algo para ti; y no te importa lo que sea, es para ti, algo nuevo, que antes no tenías y que ahora es tuyo. Es tu notificación y la quieres saborear, porque una notificación huele tan bien como el café recién hecho, para ti. Nos gusta, nos engancha y nos hace dependientes. Si nos acostumbramos a ellas querremos más, las buscaremos. Pasaremos de esperar a que lleguen apaciblemente a realizar accciones para que se generen notificaciones. No por el hecho en sí de las notificaciones, sino porque significa que alguien o algo nos envía nuestros bits empaquetados a través del canal etéreo.

Y al final del días acabamos más cansados que hace unos días, más agotados que hace unos años, estamos saturados de información. Sufrimos de una exposición a los datos que jamás nadie nunca había sufrido en la historia de la humanidad. Nadie es capaz de gestionar ese trillón de bytes** de información (sí, puedes ir un momento a buscar en Google qué es un trillón) que hemos generado entre todos hasta el año 2011 y que equivale al almacenamiento de un millón de ordenadores de sobremesa de los actuales.

La cantidad de estímulos informativos se multiplica y nosotros queremos más. Me suena a suicidio digital, pero quizá es que no tengo la visión clara en este bosque de comunicaciones que no cesan de ser informadas a través de las hojas que caen en el otoño de las notificaciones.

Saludos

David Serantes

*Fuente: ONTSI. Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información de Red.es

**Fuente: Science. The World’s Technological Capacity to Store, Communicate, and Compute Information