La Voz de Galicia

Me

dolió mucho su cara aquel día. Acababa de recibir una de esas llamadas telefónicas. Se notaba que deseaba hacer el favor, pero las ganas se le convirtieron en enfado. «¡Claro, y ahora tengo que arreglarlo yo!». Querían que no diera una noticia. Pedirle a un editor de periódicos que calle una noticia es una barbaridad. «Si no doy la noticia del niño que se la pega en el coche a las tantas de la madrugada (me explicó, además, las circunstancias), ¿cómo voy a publicar que un camionero que va ya cansado haciendo su ruta se estrella contra una casa?». Es una anécdota pequeña, pero en su día funcionó como un fogonazo: entendí de pronto cómo es un verdadero editor, alguien que vive donde su periódico se publica, padece con cada noticia y asume en sus carnes las consecuencias de publicarlas. Entendí por qué se queja de soledad.

Esas llamadas incluyen a veces amenazas oblicuas, halagos tuertos o promesas vagas. El editor gestiona miedos: los de las fuentes y los de los lectores, los de los periodistas y los de los anunciantes y los suyos propios. Son miedos de difícil equilibrio. Pero un editor de verdad lo busca para hacer país y no para chantajear, como otros. La diferencia radica ahí: en estar donde caen las bombas y silban las balas, en vez de retreparse en el despacho de una ciudad lejana contemplando una cuenta de resultados sin personas ni noticias.

Muchos dicen que Santiago Rey es el último editor. Desde luego, ningún otro comparece con tanta frecuencia ante sus lectores jugándose la cara. Celebro que se hayan recogido algunos de sus valientes artículos y discursos en el volumen Yo protesto, que se entrega hoy con La Voz de Galicia, su periódico y su vida.

La Voz de Galicia, 7.mayo.2016