La Voz de Galicia

Quizá tengan razón los viejos: andamos mal de referencias. Hasta el tiempo parece confirmarlo: nos movemos en temperaturas prácticamente veraniegas pese a circular ya por noviembre. Ni siquiera las estaciones del año sirven ya de marco al que atenerse a la hora de elegir vestimenta o de programar actividades de ocio al aire libre. El tiempo parece el último bastión abatido de un mundo que estaba repleto de señales indicadoras sobre lo que se podía hacer y lo que no, lo que estaba bien y lo que estaba mal, lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, lo adecuado y lo inadecuado. Ahora incluso pasamos calor en otoño.

Quizá el progreso consista en eso, como tantos se temían desde hace decenios: un mundo sin reglas ni referencias, aparentemente espontáneo e individualista, donde resulta más difícil que la gente se deje encuadrar o comprometer. De ahí la crisis de las instituciones, de los partidos o del sentido de comunidad. Y esto, como la temperatura veraniega en otoño, tiene su lado positivo. El problema radica en saber a qué atenerse. Un personaje de la segunda temporada de Fargo lo decía, perplejo, en el capítulo de esta semana: «Estamos descompensados, hemos perdido el centro moral y nos cuesta discernir».

Nos cuesta ser felices, porque para ser felices necesitamos aprender a discernir, como mínimo, lo que vale siempre y lo que nunca vale. Que todo pueda valer en algún momento parece más cómodo, pero convierte la existencia en un pantano. Un modo de vivir chapoteando que se espeja en la vida política, para la que no encontramos remedio. Como tampoco lo encontramos para el sistema educativo: porque, sin referencias, no hay nada que aprender ni nada que enseñar.

La Voz de Galicia, 7.noviembre.2015