La Voz de Galicia

Nos levantaban algo más temprano, en medio de un zafarrancho de baños y ropa nueva, pero ellos y ellas llevaban horas en la cocina, con los animales o limpiando los últimos cortes del carnero sacrificado de víspera. Olían ya los bizcochos gigantes y el pan horneado la tarde anterior y las empanadas. Se entreveraban con los aromas de la espuma de afeitar (parece que, cierta vez, quise afeitarme a navaja antes de tener sospecha de barba y no me desfiguré la cara de milagro) y a pintalabios, a agua de colonia y a Floyd. Voces muy altas que repartían órdenes a una multitud de niños, mezcladas con risas algo excitadas, de fiesta. A veces todavía flotaba en el aire ese polvillo de una trilla reciente y, si no, el calor seco del trigo amontonado en las medas de la era. Nunca llovía el 15 de agosto.

Luego, caminata de Mirás a Fisteus a través de corredoiras estriadas por las roderas de los carros, envueltos en el creciente olor a pólvora y en el tronar de las bombas de palenque. En el campo de la fiesta olía a caballos y a arreos de cuero, aunque empezaban a aparecer también coches nunca vistos con matrículas de Suiza y de Francia, de Alemania. Corros y murmullos, abrazos y besos. Los niños rodeábamos los puestos de rosquillas de anís o a los músicos, que se preparaban para tocar en la misa mayor y en la procesión con la talla de la Virgen alrededor del atrio. Más pólvora. Sesión vermú con la orquesta y regreso a Mirás con los vecinos. Olían las pieles a secar en los hórreos de cada casa, y el asado. Más pólvora al llegar y más risas y abrazos.

No éramos meros espectadores o clientes de la fiesta, por eso la esperábamos todo el año y por eso la recordaremos siempre.

La Voz de Galicia, 15.agosto.2015

Este otro artículo explica discursivamente lo que pretendía decir en el mío de manera narrativa