La Voz de Galicia

Nos escandalizamos cuando un niño mata a su profesor, a un compañero o a sus padres y empezamos a buscar causas en el sistema educativo y en el sistema cultural, como si los niños pertenecieran a otros: los culpables son las series y los videojuegos violentos, la falta de autoridad en las escuelas, la tibieza del Código Penal con los menores. En fin. Puede que alguna culpa tengan. Nos escandalizamos tanto porque tales aberraciones duelen más cuando las comete un chaval y porque ocurren muy de vez en cuando. Sin embargo, nos hemos acostumbrado, y voy a referirme solo a casos de los últimos días, a que una madre tire a sus hijos por la ventana, a que una novia acuchille a su novio inválido, a que se detenga a cientos de personas por producir pornografía infantil o por comercializarla, a que los padres agredan a los profesores, a que se maltrate a los hijos de la pareja -fortuita o estable-, a que se dejen niños abandonados en coches cerrados a cal y canto o en la noche de un apartamento. O en la vida, después de separarlos de su madre o de su padre, no pocas veces mediante asesinato.

Eso sí se repite. ¿Por culpa de las series de televisión, la música y los videojuegos? ¿Lo arreglamos con una subidita de penas en el Código Penal? ¿Creamos un cuerpo especial de orientadores de adultos, unos geos psiquiátricos? Se reproduce el análisis de la tragedia de Germanwings: el copiloto era un trastornado y ya está. Tranquilos todos. Archivado como accidente mecánico.

No pretendo repartir culpas ni acusar a nadie, sino hacer patente la contradicción. Y dejar claro que, desde luego, la culpa nunca es de los niños. Ellos son siempre las víctimas. El de la ballesta, también.

La Voz de Galicia, 25.abril.2015