La Voz de Galicia

Farisaico

Nos escandalizamos cuando un niño mata a su profesor, a un compañero o a sus padres y empezamos a buscar causas en el sistema educativo y en el sistema cultural, como si los niños pertenecieran a otros: los culpables son las series y los videojuegos violentos, la falta de autoridad en las escuelas, la tibieza del Código Penal con los menores. En fin. Puede que alguna culpa tengan. Nos escandalizamos tanto porque tales aberraciones duelen más cuando las comete un chaval y porque ocurren muy de vez en cuando. Sin embargo, nos hemos acostumbrado, y voy a referirme solo a casos de los últimos días, a que una madre tire a sus hijos por la ventana, a que una novia acuchille a su novio inválido, a que se detenga a cientos de personas por producir pornografía infantil o por comercializarla, a que los padres agredan a los profesores, a que … Seguir leyendo

Misericordiosos

Escuché una vez que es humilde quien da a menudo las gracias y quien, también a menudo, pide perdón. Es decir, alguien que reconoce y agradece la ayuda de los demás y, a la vez, se da cuenta de sus errores al prestarla a otros. De la misericordia podría decirse lo mismo: solo quien se siente necesitado de misericordia es capaz de ser misericordioso, no de un modo superficial o sentimental, sino de un modo eficaz: decía San Agustín que no es misericordioso quien se conmueve con el mal ajeno, sino quien hace algo por remediarlo. Hay un libro maravilloso de Antoni Mari que se titula El vaso de plata. Para explicar algunas técnicas de escritura, suelo usar en clase uno de sus relatos, titulado Sufrir con paciencia las molestias y debilidades del prójimo. Responde, como los otros trece, a una de las obras de misericordia. Luego pregunto … Seguir leyendo

Nido de mirlos

Me  lo dijo en cuanto llegué, exaltada: «Tu tía Carmen ha encontrado un nido de mirlos». Se ve que no correspondí con entusiasmo proporcionado, así que, por si no había escuchado bien, mi madre repitió la noticia con la misma cara de cría que se le pone siempre que regresa a los territorios de su infancia. Apareció luego la tía Carmen y decidieron que tenían que enseñarme el nido. En un lateral de la casa donde nacieron -yo también nací allí- hay un reborde pequeño de terreno casi un metro más alto que el camino, entre el hórreo y la casa, donde ya solo queda un loureiro bajo. Allí se subió para mi susto la tía Carmen y me pidió que la siguiera. Apartó con el bastón unas ramas, salió volando un mirlo enorme y apareció el nido perfecto con sus tres polluelos. Mi madre sonreía desde el camino. Poco … Seguir leyendo