La Voz de Galicia

Llamamos sensibilidad a la capacidad de percibir la belleza y el dolor, supone una cierta delicadeza y se traduce a menudo en afectos de humanidad, compasión y ternura. Por eso entre un grupo de amigos malvados, cuando alguien muestra las cualidades contrarias, recordamos la frase que dijo no sé quién: «Tengo una sensibilidad de puta madre». No hay insensibilidad mayor ni más mema que la del embotado exhibicionista que ejerce de sensible. Últimamente abunda. Por eso me ha conmovido tanto un artículo de Rafael Latorre, a quien no conocía, titulado La mentira del padre Pajares.

Por eso, y porque escribe con naturalidad, sin caracoleos, con el alma abierta del hombre inteligente -por tanto, capaz de revisar sus opiniones- que no teme la verdad ni compone el gesto para agradar después con comentarios vulgares, de taberna.

Latorre no es un silenciario ni uno de tantos traficantes de la palabra, sino un tipo con redaños suficientes para, después de anotar el acorchamiento de todo un país y de algunos de sus hombres públicos, escribirse y escribirnos este párrafo: «Yo soy ateo. No agnóstico. Ateo. O sea, que estoy convencido de que los curas se pasan la vida creyendo en una mentira. Creo, además, que toda mentira es dañina. Y de sobremesa en sobremesa exhibo con arrogancia mi materialismo. Pero la coquetería me dura hasta el preciso instante en que me entero de que un misionero se ha dejado la vida en Liberia por limpiarle las pústulas a unos negros moribundos. Entonces me faltan huevos para seguir impartiendo lecciones morales. Principalmente por lo aplastante del argumento geográfico. Él estaba allí con su mentira y yo aquí con mi racionalismo».

Publicado en La Voz de Galicia, 16.agosto.2014