La Voz de Galicia

Leí el jueves el titular de una entrevista a Carolina Bescansa, cofundadora gallega de Podemos, y me asusté. Decía: «Se ha llegado ya al momento de que el miedo cambie de bando». Incluía dos palabras que detesto especialmente, «miedo» y «bando», pero luego el texto me pareció más que razonable. El titular, aunque fiel, quedó en falsa alarma.

El miedo siempre ha sido el gran argumento retórico de la lucha política y social: se ha utilizado sin pausa para definir las banderías por el sencillo procedimiento de infundir a los propios pánico del oponente, convertido no ya en adversario, sino en enemigo, alguien que debería ser evitado, batido, arrasado. Lo utilizó Suárez en aquel discurso famoso en el que advirtió muy serio que, si no le votábamos, llegarían todos los cataclismos asociados a la izquierda. Más tarde, ya instalado en el poder, el PSOE quiso asustarnos con una jauría de perros dóberman que simbolizaban el regreso de la derecha. Y así, a base de miedo y odio, iban llevando al país contra las esquinas, como si fuera imposible o impensable algún lugar de encuentro en un proyecto común. Por supuesto, los peores manejos del miedo no vinieron del PSOE o del PP, como todo el mundo sabe, así que no insisto.

Necesitamos un país sin miedo, en el que discutamos acerca de un futuro común, sin forzar encuadramientos basados en el odio, que termina por avivar conflictos y enfrentamientos menores. Comunicar significa integrar, no dividir. Intentar que los distintos se comprendan y convivan, crear comunidad. Es decir, un ámbito donde la palabra serena encuentre más espacio y aprecio que el eslogan y el insulto, donde quepa votar proyectos ilusionantes y no por miedo al otro.