La Voz de Galicia

Me disponía a dar la bienvenida en esta columna a las medidas que, según filtraciones de estos días, prepara Hacienda para mejorar el tratamiento fiscal de las familias con hijos, y que empezarían por aumentar el mínimo exento en proporción al número de retoños. Me parecía una idea justa y coherente. Busqué más información en la web de un diario económico que ayer dedicaba a esta noticia su editorial y la primera página: «España, uno de los países con menos ayudas fiscales por tener hijos». Leí también los comentarios y, donde pensaba encontrar manifestaciones de alegría, tropecé con frases del siguiente tenor: «Los hijos no son una enfermedad sobrevenida, se tienen porque se quieren tener […]. Es absurdo que unos ciudadanos paguen los hijos de otros […] no tienen por qué tener un trato especial en el IRPF, ni en ningún otro concepto […]. Tal y como está el panorama en España y en el mundo […] más bien los que tendrían que pagar un impuesto especial por hijo son aquellos que los tienen».

Había más lindezas de este estilo y peores, pero las transcritas bastaron para entristecerme un momento: no solo me parecían poco inteligentes, quizá necias, sino insolidarias. Poco inteligentes, porque esos hijos de los otros pagarán nuestras pensiones o no podremos jubilarnos. Insolidarias, porque tal rebaja en el IRPF solo asegura que las familias con más hijos y coraje no tendrán que aportar de aquello que necesitan para sobrevivir. Dice el jerezano José Mateos en su libro Silencios escogidos que «las ideas de mala calidad pesan poco y por eso viajan más». El problema estriba en que producen consecuencias terribles.

Publicado en La Voz de Galicia, 8.febrero.2014