La Voz de Galicia

En días como los que vivimos aquí, conviene recordar algo básico: que a menudo las noticias son noticias porque se refieren a acontecimientos que se desvían de lo normal. Y lo normal es que los padres quieran con locura a sus hijos -adoptados o naturales- y que no solo estén dispuestos a dar la vida por ellos, sino que efectivamente la den privándose de lo necesario, sufriendo jornadas laborales extenuantes en empleos que quizá rechazarían si no tuvieran familia, pensando todo el día en ellos: en su bienestar, en su descanso, en su formación, en su futuro. Los hijos lo notan y crecen robustos. Y respaldados en ese amor incondicionado, porque sí, gratuito y libre, también ellos aprenden a amar entregándose.

Luego la vida se va equilibrando, los hijos crecen y empiezan a corresponder, de modo que los papeles se invierten cuando se acerca el final, y son los hijos quienes entonces arañan tiempo a su descanso para poner pañales a los padres o para sacarlos un rato al sol o para darles un rato de conversación y ventilar el cuarto de su memoria. Esto es lo normal y me obligo a recordarlo para suavizar los miedos, que jamás desaparecen, de tantas madres y tantos padres. Mi madre sabe que no sé comer solo. Así que me entregó ayer unas chocolatinas que compra, desde hace treinta años, cuando salgo de viaje. Lloró porque no quiere que me vaya, dice que aún no estoy bien. Pasará cuatro días de sinvivir hasta que vuelva. Funciona así, la inquietud nunca se calma. A ninguna edad. Y esto es lo normal, lo demás… apenas noticias.

Publicado en La Voz de Galicia, 28.septiembre.2013