La Voz de Galicia

La profundidad del sufrimiento humano se corresponde con la profundidad del propio hombre y puede resultar, ante lo que no entendemos, aterradora y maravillosa a la vez. Nos sitúa al borde del abismo de nuestros límites, muy particularmente el de la muerte, ante el que algunos enmudecen, otros buscan trascenderlo y unos cuantos miran para otro lado y el que venga detrás que arree. Estos aprovechados son incapaces, como los animales, para la compasión y la misericordia, virtudes exclusivamente humanas, como el sufrimiento que las activa. Pero ni la compasión ni la misericordia son virtudes de mirones, sino de gente que percibe el padecimiento y hace algo por remediarlo, como ocurrió de un modo inmediato en el accidente de Santiago. Ha habido mucha grandeza estos días: los vecinos de Angrois, todas esas personas de vacaciones que de un modo espontáneo acudieron a su trabajo, las que prolongaron sus jornadas, la reacción del maquinista herido en el cuerpo y en el alma que se lanzó a socorrer pasajeros… tantas cosas. Pero me conmovió más que ninguna aquella cola ancha que se alargaba cientos de metros: esos miles de mujeres y hombres anónimos que hacían lo que podían, estar allí y dar su sangre, como una familia o un pueblo. Las grandes tragedias afloran la extrema bondad de los mejores y la perversidad de los peores. Las guerras producen héroes, pero también saqueadores y violadores. Ocurre lo mismo con las catástrofes. En Galicia llevamos demasiadas seguidas. Ninguna natural. Y salvo en los incendios forestales, aflora siempre y sobre todo la bondad de los mejores, que son muchos y sanan con esperanza tanto desastre inmerecido.

La Voz de Galicia, 27.julio.2013