La Voz de Galicia

Suele decirse que los bajos salarios de los políticos propician dos cosas: que se dediquen a ese noble arte solo los no muy capaces, porque los mejores se ganan la vida con más aprovechamiento en otros ámbitos y arriesgando menos la cara; y que esos salarios bajos fomentan la corrupción al dejarlos demasiado indefensos frente a las tentaciones del mundo, como ocurre, por un poner, con los policías de algunos países: ni se te ocurre llamarlos en un peligro, porque dan más miedo que quitan.

A la vista de lo que vamos sabiendo de los sobresueldos que paga el PP -y con toda probabilidad, también los demás partidos pudientes-, todas esas teorías sobre las retribuciones de la clase política se quedan en bobadas, pierden cualquier sentido, porque resulta que con los sobresueldos -que en ocasiones multiplican por mucho los oficiales- componen unos ingresos más que apañados, en niveles en los que tan solo se sitúa un escaso 10 % de los asalariados.

No me parece mal que se retribuyan trabajos o cargos suplementarios, pero sí que se oculten a los propios militantes y a los demás contribuyentes, origen de la mayor parte de los fondos de los partidos, porque ninguno se autofinancia siquiera en un 50 %. Deberíamos saber qué puestos del partido pueden retribuirse y en qué cuantía y circunstancias. Otra cosa, me parece, significa dejar el camino abierto a la arbitrariedad y a peculiares formas, digamos, de patrocinio o mecenazgo.

En general, lo que no se orea, se pudre. En política, casi todo puede resultar razonable mientras se mueva en los ámbitos de la transparencia. Incluso los sobresueldos.

Publicado en La Voz de Galicia, 25.mayo.2013