La Voz de Galicia

Tardo mucho en escribir la primera línea de estas columnillas, porque sé que resulta determinante, una rodera de la que difícilmente podré escapar, como quien mete la rueda de la bici en el carril del tranvía. De los muchos hechos o ideas susceptibles de comentario, esa primera línea apunta inevitablemente a algo y excluye todo lo demás. Un terror reconocible por quienes tienen que optar entre ciencias o letras, escoger carrera, primer plato o vestido. La decisión obliga a una renuncia, las otras opciones quedan fuera. Como en el matrimonio.

En la columnilla esta raramente cambio la primera frase. Lo hago si el argumento evoluciona de tal modo que, en realidad, termina en destinos impensados y necesita un nuevo arranque. La escritura deviene entonces en una forma de conocimiento y, pese a que sigues siendo el mismo que escribió aquella primera línea, de algún modo y sin más mediación que el proceso de escritura, has cambiado de idea o la has matizado o la has considerado bajo un aspecto nuevo que la torna diferente. Si ocurre, hay que cambiar la primera línea o el primer párrafo.

En la vida no es tan fácil como en la escritura: no siempre se puede borrar lo vivido desde atrás, desde la experiencia. Nuestra historia no es un archivo digital que se pueda editar o eliminar, pero cualquier biografía, vaya por el capítulo que vaya, siempre es capaz de un final heroico. Eso me llena de esperanza: con un poco de renuncia, un mucho de lealtad y cariño, algo de agradecimiento y una pizca de esfuerzo, se puede cerrar en endecasílabo una vida lograda. También la mía, incluso la nuestra.

Publicado en La Voz de Galicia, 18.mayo.2013