La Voz de Galicia

No sé si en este país hay debates imposibles o si es imposible que haya debates. Debates de verdad, quiero decir, discusiones serias. Desde luego, en cuanto se plantean determinados asuntos, el diálogo se torna bronco, amargo, ofensivo e incluso amenazante. Ocurre, por ejemplo, cuando aparece en el horizonte el amago de un esbozo de un posible proyecto para modificar, quizá, una ley de educación. Y ocurre, por supuesto, con el aborto. Supongo que tiene que ver con nuestro gritón carácter celtibérico -aunque se ve que en esto de no debatir en serio nos están saliendo imitadores por todas partes-, con nuestra historia, con la configuración ideológica de la representación política, en fin… con mil cosas.

El mejor modo de hacer imposible un debate consiste, precisamente, en lo que hizo el PSOE en la anterior reforma de la ley del aborto. Había encuestas abrumadoramente contrarias, sobre todo en lo referente al consentimiento familiar para las adolescentes, pero eso no impidió que rechazaran cualquier modificación del proyecto y que lo aprobaran tal cual. Recurrieron a una táctica sencillísima: el silencio. Que la gente hable, diga, se manifieste y ya aprobaremos lo que nos pete, porque para eso tenemos mayoría. Y después, a silbar.

El PP podría recurrir ahora a la misma estratagema, al ni caso. Y a la vista de los antecedentes, resultaría difícil reprochárselo: ¿les acusaríamos de parecerse al PSOE o de qué? Sobre todo, si los argumentos que esgrime la parte contraria suenan tan peregrinos como la amenaza de denunciar los acuerdos con la Santa Sede. A ver si el aborto ahora es culpa del papa Francisco. En fin…

Publicado en La Voz de Galicia, 20.abril.2013