La Voz de Galicia

Parecía decir con su compostura «aquí me tenéis, ya podéis empezar a devorarme». Seguramente no pensaba eso, pero su actitud era la de un eccehomo ante la turba, no la de la plaza, sino la de los medios de comunicación que empezaban en ese justo momento a reproducir interminablemente su imagen, a vigilarlo, a desposeerlo de cualquier vida propia. Sin los atavíos de los que suelen revestir a los papas cuando aparecen por primera vez en la logia de las bendiciones de San Pedro, solo con la sotana blanca, parecía más desprotegido aún, los brazos caídos a los lados -ni recogidos en actitud de plegaria ni extendidos hacia la multitud-, con el semblante sereno, pero grave, la mirada quieta y esos setenta y seis años. A tal edad, la mayor parte de las personas llevan jubiladas una década o más y él empieza la etapa más exigente de su vida, casi una vida distinta, incluso con otro nombre. Al verle en la televisión con tal aire de desvalimiento, se me escapó un «¡Ay, pobre!».

Pero que nadie se engañe. Francisco es un papa que mandará mucho y sorprenderá a los comentaristas tempranos que se apresuran a clasificarlo y etiquetarlo, partiendo casi siempre de estereotipos equivocados de los jesuitas, olvidando que la Compañía de Jesús ha producido muchos más santos que papas. En esa muchedumbre de santos jesuitas deberían buscar indicios de cómo será el pontificado de Francisco, y en su nuevo nombre: una lectura de cualquiera de las muchas excelentes biografías de San Francisco podría ayudarles. La de Chesterton, por ejemplo, es muy breve y está al alcance de personas que comentan mucho y leen poco.

Publicado en La Voz de Galicia, 16.marzo.2013