La Voz de Galicia

Lo falso

Solo una época como la nuestra, con escasa querencia hacia la verdad, podría celebrar por todo lo alto a los falsificadores. Se dice que la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud, pero de lo falso no se puede decir que rinda pleitesía a la verdad, sino todo lo contrario: lo falso, por definición, se apropia de lo verdadero, lo genuino, lo original, lo verdaderamente valioso y lo destruye y denigra. Lo calumnia. La falsedad es soberbia frente a la legítima imitación, que es modesta, reconoce lo auténtico e intenta acercársele como un modo de aprender. Andrés Trapiello lamentaba el otro día el éxito de una exposición de Elmyr de Hory, el más célebre falsificador de obras de arte. Le parecía una manera «de alimentar el resentimiento de las masas hacia lo original, sembrando la duda de que todo puede ser falso o, al revés, que … Seguir leyendo

Francisco

Parecía decir con su compostura «aquí me tenéis, ya podéis empezar a devorarme». Seguramente no pensaba eso, pero su actitud era la de un eccehomo ante la turba, no la de la plaza, sino la de los medios de comunicación que empezaban en ese justo momento a reproducir interminablemente su imagen, a vigilarlo, a desposeerlo de cualquier vida propia. Sin los atavíos de los que suelen revestir a los papas cuando aparecen por primera vez en la logia de las bendiciones de San Pedro, solo con la sotana blanca, parecía más desprotegido aún, los brazos caídos a los lados -ni recogidos en actitud de plegaria ni extendidos hacia la multitud-, con el semblante sereno, pero grave, la mirada quieta y esos setenta y seis años. A tal edad, la mayor parte de las personas llevan jubiladas una década o más y él empieza la etapa más exigente de su vida, … Seguir leyendo

Líderes

Chávez evoca un chafarrinón de pinturas frescas, vivas y abigarradas, más desde que decidió envolverse en la bandera, literalmente, con ese chándal diseñado con los colores patrios que ya había puesto de moda Fidel Castro cuando se retiró a la enfermería, infinita como sus discursos. También en esto le imitó Chávez, aunque con un sutil cambio de género y en formato televisivo: se sabía a qué hora comenzaba su programa Aló, presidente, pero no a cuál terminaría. Castro y él, además de en las logomaquias, coincidían en la pasión por el caqui y el verde oliva. Alguien debería ocuparse de explicar por qué determinada izquierda, la dictatorial, propende al caqui y a los desfiles allí donde gobierna -añadan China, Corea del Norte y demás- al tiempo que manifiesta una ruidosa repulsión por lo militar donde no. A esa izquierda le gustan también las momias, y por eso embalsamarán a Chávez, … Seguir leyendo

Poder y palabra

Es posible que haya algo de gusto por lo exótico: trajes y arquitecturas que dan bien en pantalla, tapices y escudos que se retiran, portones que se cierran, un anillo de oro que se quiebra, campanas y helicópteros, multitudes que se cuentan por cientos de miles y no son extras, historias de intrigas y ambición, mucho rojo y mucho blanco por todas partes, buenos y malos que intercambian papeles según de qué se hable o según quién los mire. Encaja todo con cierta estética de moda en la literatura barata y en las series de televisión: la sincronía de lo anacrónico, la mezcla en la misma secuencia de Egipto y Babilonia con Roma, lo contemporáneo y lo medieval. Solo que aquí funciona.

Y al cabo se trata de que un anciano renuncia a hablar, a un poder que, en nuestros términos, no sería gran cosa: un territorio diminuto, un dinero … Seguir leyendo