La Voz de Galicia

En asuntos de corrupción resulta complicado innovar. Ciertamente, la tecnología ha vuelto invisible el dinero y permite moverlo y ocultarlo con la facilidad y rapidez de un trilero digital, pero al cabo nuestros corruptos lo llevan en maletines y maleteros, incluso de coches oficiales, y los ingresan en las clasiconas cuentas de Suiza, tan franquistas, que siguen prefiriendo a los más modernos paraísos fiscales.

La corrupción siempre es vieja, como el pecado: los espías del Watergate se repiten, y aunque la tecnología aporte métodos más sofisticados, aquí seguimos pinchando teléfonos y poniendo micros en los floreros, de modo que facturamos como única novedad que todos los partidos espían a todos e incluso alguno, como el PP de Madrid, se espía a sí mismo. Y eso que el vicepresidente de una de las empresas demoscópicas más importantes escribe en el periódico más importante un artículo que empieza así: «España es un país que, en conjunto, padece un nivel bajo de corrupción» (José Pablo Ferrándiz, vicepresidente de Metroscopia, El País, 12 de enero del 2013), mientras la prensa internacional se escandaliza de que no hayamos dejado una institución sana.

Aquí lo que pasa es que no queremos evitar la corrupción. Sabemos que lo de la financiación de los partidos es como el contrabando de tabaco: algo no tan malo, salvo por el ambiente que genera en torno de pistolas y amenazas para suplir la falta de facturas exigibles en lo mercantil. Sabemos que quizá bastaría con que cualquier empresa implicada en un delito de corrupción quedara excluida de la contratación pública durante un tiempo proporcionado al delito. Saber sabemos muchas cosas, pero no hacemos nada.

Publicado en La Voz de Galicia, 16.febrero.2013