La Voz de Galicia

Antojos

Se diagnosticó hace ya tiempo cierta incapacidad para esperar como uno de los males de nuestra época: parece ser que cuando queremos algo lo queremos ya y no estamos dispuestos a aguardar ni poco ni mucho. Por lo visto hemos educado así a los niños, pero nosotros ya éramos así: buena parte de la crisis financiera se explica partiendo de esa pulsión inmoderada que nos llevó a comprar a crédito millones de coches y de pisos, segundas casas en el campo y semanas de vacaciones en el Caribe como si fueran antojos, deseos irreprimibles que, si se difieren, pueden producir trastornos patológicos andando el tiempo. Nada de ahorrar durante años para la bici, nada de bracear hasta tener en el banco lo necesario para la entrada del piso. Eso está superado, como diría un buen amigo. Y acabamos en la desesperación de esta crisis sin final de la que solo … Seguir leyendo

Sobrecogedor

En asuntos de corrupción resulta complicado innovar. Ciertamente, la tecnología ha vuelto invisible el dinero y permite moverlo y ocultarlo con la facilidad y rapidez de un trilero digital, pero al cabo nuestros corruptos lo llevan en maletines y maleteros, incluso de coches oficiales, y los ingresan en las clasiconas cuentas de Suiza, tan franquistas, que siguen prefiriendo a los más modernos paraísos fiscales.

La corrupción siempre es vieja, como el pecado: los espías del Watergate se repiten, y aunque la tecnología aporte métodos más sofisticados, aquí seguimos pinchando teléfonos y poniendo micros en los floreros, de modo que facturamos como única novedad que todos los partidos espían a todos e incluso alguno, como el PP de Madrid, se espía a sí mismo. Y eso que el vicepresidente de una de las empresas demoscópicas más importantes escribe en el periódico más importante un artículo que empieza así: «España es un … Seguir leyendo

Razón de amor

Era libre para aceptar y libre para renunciar. Hizo ambas cosas: aceptó en el 2005, con 78 años, y renunció ayer, con 85. Dos decisiones tremendas: dudo que nadie sea capaz de ponerse en la cabeza y en el corazón de un hombre que sueña con retirarse a descansar y escribir, pero de pronto deviene papa, oficio poco compatible con tales aspiraciones, especialmente a los 78 años. Y luego, ya con 85, la duda tremenda de conciencia: «¿Debo seguir?», «¿renuncio porque quiero descansar, porque no puedo más o porque es lo que Dios pide, el mismo Dios ante el que pronto tendré que rendir cuentas?».

Benedicto XVI escribió tres encíclicas en siete años: dos sobre el amor y una sobre la esperanza, como si esas dos fueran a la vez las grandes dolencias de nuestro mundo y sus grandes remedios: amor y esperanza contra las plagas de desamor y desesperación. … Seguir leyendo

Disfraz inverso

Muy interesante el carnaval que estamos viviendo en este país: parece un baile de disfraces temático sobre el siglo XIX, con la peculiaridad de que en lugar de disfrazarnos por fuera nos disfrazamos por dentro. A ver si me explico, en vez de sombreros y capas, de gabanes, pañuelos y volantes, vestimos las ideas políticas de entonces, bastante rancias dos siglos después, en el mismo sistema rancio de entonces, y las discutimos con los potentes medios tecnológicos de hoy, pero utilizando el periodismo rancio de ayer. Que sigamos en los moldes políticos del XIX me exaspera y ya lo he comentado aquí en otras ocasiones. Pero que también el periodismo, con su carcasa ultramoderna, responda a modelos del XIX me entristece no saben cuánto. Me pregunto, por ejemplo, cómo pudieron circular ayer dos versiones profesionales -hasta aquí, todo bien- perfectamente contradictorias sobre el testimonio de Trías: según una, Trías accedió … Seguir leyendo

Explicaciones

Pensaba escribir una cosa más o menos humorística y distanciada que sirviera de justificación por la ausencia del sábado pasado, si es que alguien la ha advertido: un texto más bien superficial y frívolo sobre la compulsiva necesidad que sienten las personas de reñir al infartado y amonestarle a que cambie de vida, como si el infartado se hubiera dejado seducir y someter por los placeres del trabajo excesivo, el muy vicioso. O sobre la tendencia de los varones en cierta edad a pedir relatos muy detallados de los síntomas y sus circunstancias, de cómo y cuándo se notan, y con qué calidades e intensidades. O quizá, sobre esa sensación de volverse cristalería, algo frágil capaz de reducirse a mil arenas de vidrio por el empujón de un bebé, como aquel personaje de Delibes que se imaginaba en el pecho una bombilla finísima que cualquiera podría quebrar, incluso él mismo, … Seguir leyendo