Un geniecillo del márketing debe de estar muriéndose de risa en algún despacho. Su estrategia para el lanzamiento del libro del Papa se ha convertido en un éxito brutal. Probablemente pensó que, para un país como el nuestro, la mejor publicidad consiste en el barullo. Y lo montó. La noche del jueves escuché cómo un conocido columnista madrileño, después de declararse no creyente, se escandalizaba de que «ahora Jesús naciera en Nazareth y no en un pesebre» y otro le secundaba quejándose de que el papa se ocupara de tal asunto en «un libro susceptible de convertirse en encíclica». Además de no haber leído el libro, ambos demostraban una ignorancia desoladora. Como la del cronista de otro gran diario, que llegó a escribir que el Papa refuta los evangelios.
El libro se lee en un santiamén, porque es breve, interesante y fácil. Pero el noticiero nacional, sin leerlo, volvió a tragarse el caramelo envenenado de los publicistas y arrastró a las redes sociales, que siguen manifestando una dependencia ciega del periodismo, especialmente del peor. Enseguida caló la idea-escándalo de que el Papa había desterrado la mula y el buey del belén.
Supongo que en Planeta se frotarán de codicia, aunque en el fondo se han equivocado. Si no, al tiempo. Pero me duele que el periodismo, una vez más y por pereza e ignorancia, haya permitido la intoxicación. Bastaba con ir a la página 76 del libro, donde el Papa explica la presencia del asno y el buey, que termina así: «La iconografía cristiana captó muy pronto este motivo. Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno». En fin.
A mí, querido Paco, es un asunto que me da igual. Que encuadro dentro de lo que es la «tradición cristiana». Que me da igual si hubo o no mula, buey e incluso el Niño. Que jamás me creeré el nacimiento virginal de Jesús y todas esas gaitas. Al final me quedo con la tradición, que dicen que instauró Francisco de Asís. Me quedo con los recuerdos de cuando era niño y para mí era grato sacar el Belén de las cajas, poner el musgo y con papel de aluminio representar el río. Me quedo con los buenos recuerdos. Por eso lo pondré este año en mi casa. palabra de ateo.
Es Vd. demasiado generoso tildando de ignorancia, que también, lo que yo llamaría, para ser excesivamente benévolo, odio y malquerencia a todo lo que signifique creer en Dios. Es tanto su rencor (hay excepciones, naturalmente) que no les permite aceptar que haya personas creyentes y muchísimo menos que se muestren normalmente como tales, es decir, sin jactancias ni alardes y que encima sean generosas, solidarias y ejemplares en sus comportamientos, siempre dispuestos a hacer el bien en todo momento, sin esperar nada a cambio y que, además, sean tolerantes con los que no piensan como ellos. Ésto es lo que más les irrita. Tengo muchos años, conozco muchos casos y, creame, estoy convencido de que no sólo no exagero, sino que me quedo corto. Podía poner muchos ejemplos ilustrativos.