La Voz de Galicia

Nico es uno de los amigos más pequeños que tengo. Tiene cara de pillo y pelo ensortijado, travieso como él. Pero se manifiesta a menudo como un pensador que confunde a sus mayores con silogismos sorpresivos, perfectamente plausibles. El otro día, citando una frase de los dibujos animados, se quejaba con su madre de que estaban estropeando la escuela. Habían cambiado el suelo de tierra por uno artificial y blando que, según él, «si te resbalas, quema». Por eso acudía a lo que había escuchado a Scooby-Doo: a veces los humanos cambian las cosas que estaban bien y lo estropean todo. Nico echa ahora de menos los charcos de su patio, donde imaginaba barcos mientras hacía flotar palos y hojas secas.

A su madre el nuevo pavimento le parece un adelanto, más limpio y menos peligroso, pero entiende lo que dice y sus razonamientos la conmueven. Es verdad que, a veces, por intentar cambiarlo todo terminamos estropeando lo que estaba bien. Ocurre mucho en lo que se refiere a los niños.

Las noticias de esta semana han sido dolorosamente pródigas en chiquillos maltratados o asesinados. Nada nuevo, por desgracia. Las teorías liberales sobre el sexo han terminado en esto: en chavales guapetes, criados con la mayor asepsia, para uso y disfrute de adultos rapaces. Hablo del presentador de la BBC, de los Boy Scouts norteamericanos, de nuestro crimen de El Salobral o del que se juzga en Vigo. Insisto en que no son comportamientos que se corrijan con el Código Penal, aunque lo de los 13 años para el consentimiento me parezca un escándalo, sino repensando nuestro código moral, supuestamente tan avanzado.

Publicado en La Voz de Galicia, 27.octubre.2012