Todas las semanas alumbran una frase que se repite como un eco por los recovecos de las redes sociales –las virtuales y las de verdad– hasta que retumba como un trueno. La que termina ha producido muchas, pero me quedo con la pregunta de Gervasio Rodríguez Acosta, presidente de Vendex, a la jueza de Lugo: “Señoría, ¿pero cómo creen que se consiguen las adjudicaciones?” La jueza y casi todos sabemos cómo se consiguen. Estamos hartos de saberlo: con rolex, con sobres de dinero, con cacerías y putas… Así que entiendo el tono sorprendido de Gervasio e ignoro por qué ha causado tanto escándalo. Casi estoy por agradecérselo: un bandido nos pone ante el espejo. En la frase estamos todos. No vale escudarse en la corrupción de la clase política, porque habría que hablar de funcionarios y técnicos de los que depende un informe, capaces de agilizar un trámite o de modificar levemente una convocatoria. Y de sus contrapartes, los conseguidores. ¿Qué espacio queda, así las cosas, para el contratista honesto? Tendríamos que empezar por discutir qué significa hoy ser honesto, por qué importan la sinceridad, la lealtad, la palabra dada, el compromiso y la transparencia si nos convierten en perdedores, el nuevo pecado imperdonable. Necesitamos gente que se arriesgue a perder frente a los deshonestos o no recuperaremos la confianza en nosotros mismos, en la economía, en las instituciones: esos procesos judiciales eternos, esas comisiones de investigación que parecen tapaderas… Pero no es tiempo de héroes, sino de ídolos, y el fútbol dicta, como nueva religión, que todo vale con tal de que el equipo esté arriba.
Creo en lo que dices sobre la necesidad de recuperar la confianza en nosotros mismos, para poder recobrarla en los demás. Pero, supongo que el mundo en el que vivimos, no es el mismo ni se sustenta sobre los mismos principios que dieron lugar a renombradas declaraciones de derechos internacionales basados primeramente en el de la presunción de la buena fe. ¿Estamos en ese punto ahora? No sé que decir.
Un fuerte abrazo.
Interesante reflexión. El asunto, es que el honesto, ni siquiera alcanza al estatus de perdedor, porque si es sentado opta por no participar.
Las tramas son tan cerradas que se ponen todo tipo de trabas para poder licitar a quien no pertenece a ellas. Si alguien opta por participar y consigue ganar por méritos sobrados, la trama le hace la vida imposible para que entre en perdidas o acepte mansamente plegarse a los dictámenes de los grupos mafiosos que controlan algunas administraciones. Por esa razón, lo prudente es inhibirse y no participar.
Pensaba que esta crisis habría de servir para regenerar la administración, pero tengo la sensación de que estamos peor que nunca.
Las crisis no son un biótopo adecuado para la honorabilidad. El orgullo, la vanidad colectiva, no son condición suficiente, pero si necesaria para generar una sociedad respetable y decorosa. En los tiempos que nos ha tocado vivir, la autoestima es tan escasa como la reputación y en el honor,
Por fin vuelve el periodismo que escribe con todos los dedos en el teclado. El que saber otra vez usar los dedos que se tapaban la nariz, el dedo que apunta siempre hacia dónde se arrinconaba la verdad, los que señalaban a los cómplices de la falta encadenada de honradez(también a los eslabones de las filas de atrás, a quienes redactaban informes que valían puntuaciones en los concursos de adjudicación), los dedos que hurgan para sacar a flote la verdad.
Era llamativo que historiadores honrados que escriben libros gruesos, como Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vega, por ejemplo, se hubieran adelantado en el tiempo a los periodistas.
Honradez y verdad. Y buen estilo. Todavía estamos a salvo. Gracias, Paco.
(Ayer sábado te tuvimos presente en lo de Esteban).