La Voz de Galicia

Supongo que el código penal de un país es como el código genético de una persona, solo que en negativo. O por decirlo de otra manera, una especie de ADN basura que controla la definición inversa de la identidad de un pueblo: es decir, aquello que ese pueblo no quiere ser, porque en el código se compendia  todo lo que consideramos punible. Por eso podría entenderse como una foto en negativo. Pero por la misma razón, se trataría de una foto en negativo borrosa: hay muchos otros comportamientos que la gente considera perversos o simplemente rechazables y, de hecho, los castiga en sociedad de mil modos o los tolera. El código penal forma parte de la cultura de un pueblo, pero la cultura no cabe en el código penal, abarca mucho más.

Digo esto, porque tengo la impresión, quizá falsa, de que los códigos penales –y no solo el nuestro- tienden a la obesidad más que a la magrez, engordan con cada revisión. No solo se introducen nuevos delitos sin suprimir casi ninguno antiguo, sino que las penas también crecen en vez de menguar. Debe de ser que nos estamos volviendo muy malos. O muy tontos.

El código es un reflejo de la idea que tenemos de nosotros mismos, de cómo nos pensamos, una manifestación menor de nuestra cultura. Y porque resulta una mera manifestación, quizá deberíamos fijarnos más en esa cultura que engendra tales delitos, para corregirla e ir de verdad a la raíz de comportamientos que producen dolorosísimas afrentas a la integridad de los más débiles. Parece muy evidente que lo que está fallando no es el código penal.

Publicado en La Voz de Galicia, 15.septiembre.2012