Comprendo muy bien que Julio Fernández Gayoso, el que fue presidente de Caixanova y copresidente de la caja actual, haya seguido en su comparecencia parlamentaria una línea de defensa, por muy risible y simplona que resulte. Como en un juicio, nadie puede pedirle que se acuse, porque nadie en su lugar lo haría, y está en su derecho de intentarlo. Lo entiendo, insisto, aunque haya recurrido a argumentos tan pobres como inverosímiles, aunque haya tomado por tontos a los parlamentarios que nos representan, que es una manera de insultarlos e insultarnos. Lo que no entiendo es otra cosa.
Como profesional del periodismo me indigna el relato que de esa comparecencia han hecho algunos medios gallegos, que dan por buenas las calladas por respuesta o las ridículas explicaciones de Gayoso. Esos periódicos, por lo visto, son los únicos que ignoraban quién mandaba en Caixanova y conceden crédito a sus excusas, además de prestarle las páginas para decir, contra el sentido de la expresión, que «Gayoso dio la cara», o repetir sus justificaciones sin el menor contrapunto inteligente a propósito, por ejemplo, de su silencio sobre la venta con engaño de preferentes o sobre el tamaño de su pensión anual: 689.000 euros.
Tienen buenas razones para actuar así, porque sus lectores apenas les importan más que como fuente de ingresos, y los dejan indefensos después de chuparles la sangre. Por no decir que los engañan, aunque en este caso concreto resulta improbable. Con ese tipo de prácticas supuestamente informativas, no hace falta especular sobre las causas sociológicas y tecnológicas de la crisis de los periódicos: se trata, simplemente, de una crisis de periodismo.
Pues sí, la crisis del periodismo se produce por no contar las cosas como son y también por masacrar desde del propio gremio periodístico a los que se atreven a hacerlo. La crítica, en España, desgraciadamente, en la mayoría de los casos, ha servido para medrar y vilipendiar personas; en pocas, para construir y contribuir al bien común. Los periodistas somos una especie en extinción, y lo paradógico es que cuando más lo necesita la sociedad, como reflejo, estamos ocupados en nuestra superviviencia, distorcionando la realidad que nos rodea. En provincias, el periodismo servicial ha sido coresponsable de todo lo que está pasando. Si se hubiese contado, sin intereses mediaticos por medio, lo que estaba pasando en las cajas desde hace años, quizá no estaríamos donde estamos. Ahora, todos nos entregamos al fatalismo patrio que tan bien se nos da.En fin. Malos tiempos para la lírica periodística.
Tal como lo veo, las comparecencias ante el Congreso han venido a ser una declaración de este tipo: «Señorías, hicimos lo que ustedes nos ordenaron que hiciéramos; no hemos sido otra cosa que obedientes trabajadores de los partidos políticos, CCOO y UGT».
A prensa subvencionada, cando non calou as cousas por beneficio propio foi por manter o status quo do poder político, ten que reinventarse ou renacer e deixar de funcionar como instrumento d propaganda económico política.
Mi querido profesor… ¿Crisis, qué crisis? Las crisis suelen ser situaciones puntuales, momentáneas, con una duración espacio-temporal en las que, a veces, los resultados son positivos.
En el caso del periodismo estoy cada día más convencida de que se trata de una situación permanente. Hay una crisis de valores entre los profesionales que ejercen su trabajo, una crisis de conciencia entre los «economistas,financieros, empresarios» que dirigen los medios… Y, efectivamente, no sienten preocupación alguna por sus lectores salvo por el hecho de que dependen de ellos para seguir vendiendo sus «subproductos». Y esta situación perdura en el tiempo y no sólo no mejora sino que se consolida.
Los nuevos becarios no tienen referentes claros y honestos a los que emular, los pocos que resisten en los medios hace tiempo que tiraron la toalla y sobreviven como pueden a esta mediocridad que nos invade.