La Voz de Galicia

Parece que un cáncer persigue a los presidentes populistas latinoamericanos: no lo padece solo Chávez, que va a curarse con el también enfermo Fidel. En enero se anunció que el paraguayo Lugo había superado su linfoma, diagnosticado hace dos años. Y acaso en uno de esos contagios de todo lo malo –ya se sabe que lo que se contagia es la tiña, no la hermosura–, quiso tener uno de tiroides Cristina Fernández en el último diciembre, pero los médicos dijeron que no padecía tal cosa y tuvo que volver a su Casa Rosada, como una princesa envuelta por el cariño de su pueblo, tan burdamente manipulado.
Pero sin cáncer para suscitar compasión, se puso a buscar enemigos fuera, que es lo propio de los populistas cuando están arruinando algo. Intentó enredar con las Malvinas –cuánto partido le saca esta mujer a Videla–, hasta que decidió nacionalizar por segunda vez YPF, después de haber obligado a Repsol a regalar un 25 por ciento a unos amigos de la familia.
Este otro cáncer hace temer a los países serios de la zona que los consideren también a ellos cancerígenos. Pero sobre todo, debería hacer pensar a gobiernos y empresas que, para enfrentarse a esa enfermedad, no valen los atajos, los trapicheos y las componendas: permitir que esta mujer hable en el Congreso de los Diputados, ceder en una falsa venta que apesta a corrupción, pasar de puntillas sobre sus ataques a la libertad de prensa… Si la defensa de los intereses económicos se sitúa por encima de la defensa de los derechos humanos y de la justicia, se termina antes o después en esto.