La Voz de Galicia

Leyendo un artículo de Víctor Pérez-Díaz, percibí que habíamos olvidado qué significan las cajas de ahorro y de dónde vienen: es lógico, por tanto, que muchos olviden también por qué a un territorio le conviene defender la suya. Al remontarse a sus orígenes en el XIX, en el XVIII o incluso en la Edad Media, dice, “siempre encontramos comunidades de gentes relativamente modestas tratando de ayudarse y ajustarse a grandes ciclos de expansión comercial, vinculadas a una ética de la reciprocidad y del don, una filosofía de la solidaridad y la comunidad, en una economía de mercado”.
Esa es la identidad de las cajas y el sentido que perdieron en estos años de marasmo en los que, convertidas en naipes políticos, jugaron a otras cosas, poco parecidas a cualquier función protectora de las clases media y baja frente a las inclemencias del puro mercado, de modo que hasta la obra social se convirtió en vulgar exhibicionismo, y el negocio, en especulación y red clientelar. Volver a aquella identidad perdida, a la vinculación estrecha con las clases populares y el territorio, a una verdadera obra social es la tarea pendiente y la tesis de Pérez-Díaz que, por supuesto, no comparten los grandes bancos.
Aunque no me suelo meter en estos andurriales, parece un buen objetivo defender la caja en su identidad primigenia y remar juntos hacia alguna parte, antes de que los mismos de siempre, por conveniencia, distancia o comodidad, presenten todo como perdido, amparándose en que el dinero no tiene patria. Es cierto que el de algunos no la tiene, pero me gustaría pensar que el nuestro, por poco que nos quede, sí.