La Voz de Galicia

Ahora que estamos en la crisis total, podríamos seguir hasta el fondo con los recortes: a juzgar por lo ocurrido esta semana en España, tanto el TAS como el Tribunal Supremo resultan perfectamente prescindibles y, por lo tanto, también los pequeños comités de competición y los tribunales menores. Sobran todos, basta con preguntarle, por ejemplo a Gaspar Llamazares (“Diga lo que diga el Tribunal Supremo, Garzón es INOCENTE!”, escribió en Twitter) o a los habitantes de Facebook, que además nos juzgan gratis, de modo que, como decía ayer una de mis tuiteras preferidas (@Lupe), nos ahorraríamos un pastón.
Como lo veía venir, me leí la sentencia entera en cuanto el periódico la colgó en la web. Tenía, en efecto, algo de previsible en su contundencia: no dejaba resquicio alguno sin razonar. Era previsible, porque el Tribunal se la jugaba, sabía que le estaban esperando, así que escribieron clarito (solo hay una errata y resulta irónica: dicen “empelo” donde deberían decir “empleo”). Pero en las tertulias radiofónicas de la noche ya pude comprobar que los cracks de la opinión no se la habían leído. Supongo que habrían estado muy ocupados toda la tarde comentándola y, claro, no les dio tiempo a más.
Manuel Jabois describía ayer con datos precisos el rigor con el que se produjeron el jueves las redes sociales. Daban miedo. No solo por la rápida propagación de mentiras groseras, sino por los insultos hacia quien intentara aclararlas, mientras el Gobierno protestaba por el maltrato de los guiñoles franceses a los deportistas españoles. Por no hablar de la prensa: un carnaval adelantado. Nuestro debate público sigue instalado en la cháchara confusa.