La Voz de Galicia

De unos años para aquí, noto la intensificación de un fenómeno desesperante: que me respondan antes de que haya terminado de explicar o pedir algo. Quizá yo hago lo mismo. El caso es que con frecuencia creciente, me interrumpen para contestar a lo que piensan que voy a decir antes de que lo haya dicho. Y para mayor irritación, la respuesta rara vez tiene que ver con lo que, de hecho, no había terminado de decir. Así que, en cuanto me cortan, callo y espero. Escucho, compruebo que están respondiendo a una objeción o a una pregunta no formuladas y vuelvo al asunto desde el principio, como si arrancáramos la conversación, algo que a veces produce perplejidad y otras, nada. Quiero decir, que vuelven a interrumpirme antes de que termine.
Esta semana un periodista conocido arremetió contra otro también muy conocido del diario madrileño rival: tomó uno de sus textos y se encarnizó con él. El zaherido se quejó amargamente de que no había recogido todas sus palabras y de que omitiera que, en realidad, las que citaba eran a su vez una cita… Una cita de un editorial publicado por el diario del otro periodista. O sea, que ni lo había leído con atención ni había reconocido las ideas que habitualmente defiende.
No es la primera vez que ocurre algo tan chusco en esa dirección o en la contraria. La gravedad radica no tanto en las trincheras –que, por supuesto– como en la falta de atención a los argumentos del interlocutor. Reaccionamos por clichés, en automático, y perdemos la oportunidad de enriquecernos. En periodismo, además, perdemos la credibilidad profesional.

Publicado en La Voz de Galicia, 28.enero.2012