La Voz de Galicia

Parece que los guapos, encima de otras ventajas evidentes, ganan más dinero que los feos, bastante más: a lo largo de una vida, les sacan unos  230 mil dólares de diferencia (casi 170 mil euros). Calculado en porcentajes, un trabajador feo gana entre un 10 y un 15 por ciento menos que uno guapo, según pretenden demostrar diversas investigaciones estadounidenses. Además, consiguen trabajo con mayor facilidad, mejores hipotecas y esposas o maridos también más ricos.
Se han levantado ya algunas voces que exigen, a la vista de semejante desigualdad, una discriminación positiva a favor de los feos, una protección especial. Frente a tal demanda,  Joe Carter escribió un delicioso artículo, rebosante de ironía, en el que defiende las ventajas de ser feo. Según él, los feos  ¬-entre los que se incluye- son valorados por su personalidad y no por su aspecto, tienden a resultar más divertidos y más baratos: la fealdad requiere unos costes de mantenimiento muy inferiores a los que exige la belleza. Triunfan más en la vida: sostiene que si Steve Jobs o Bill Gates se parecieran a George Clooney, nunca hubieran encontrado tiempo para inventar Apple o Microsoft. Y añade, por último, que los feos somos mayoría y que, además, la belleza se acaba, que la fealdad es inevitable: todos terminamos siendo feos, dice, si vivimos lo bastante.
Los feos, pues, nada tenemos que reivindicar. Vaya lo uno por lo otro. Sin contar con que la fecundación artificial lo arreglará todo: cerca de doscientos hijos ha producido ya –que no, engendrado– un donante anónimo. Guapo, seguro. Esperemos que sus descendientes no  se encuentren y, si se encuentran, que no se enamoren, y si…