Estoy disfrutando con “La felicidad de los pececillos”, un libro de breves ensayos periodísticos escrito por Simon Leys, seudónimo de Pierre Ryckmans, sabio, sensato y amenísimo profesor de Lengua y Literatura chinas, escritor y erudito, que dice las verdades como si no quisiera decirlas, como si solo estuviera contando una anécdota tras otra. En la página 56 arranca el texto titulado “A propósito de Sartre” con la siguiente frase: “Hace doscientas cincuenta años, Samuel Johnson dijo con acierto: ‘A medida que el uso del tabaco disminuye, aumenta la insania’”.
Me recordó la conversación que mantuve con un afamado médico gallego no hace mucho. Encendió un cigarrillo y le mostré mi asombro (farisaico). El dijo: “Gasto en tabaco lo que otros gastan en pastillas”. Me reí y le conté que me parecía advertir que, entre los mayores, aquellos que fumaban conservaban mejor la cabeza. Respondió que eso casi se había demostrado científicamente, pero advirtió: “De todos modos, tu muestra es sesgada”. Pensé que se refería a que buena parte de los fumadores ni siquiera alcanzan ciertas edades, pero no: “Es que alguien que llega a mis años fumando tiene una cabeza especial, entrenada por haber resistido tanta presión de la gente”.
Ni Leys ni Johnson se referían a esa insania sino a otra: “Las nuevas generaciones quieren disfrutar de todas las ventajas que les ha proporcionado el mundo de sus padres, pero sin pagar el precio de cultivar los valores en los que se fundamentaba ese mundo. Esta situación no puede durar”, decía no sé si Leys o un corresponsal de Virginia Woolf al que cita. Y no ha durado.
La última legislación anti-tabaco a mí me parece un sinsentido. No entro en lo malo o en lo peor qué será el tabaco. Ahora bien, si su consumo legitima un recorte de libertades como el que implica esta ley, lo lógico hubiera sido que el Gobierno prohibiera la venta y distribución del tabaco. Si fumar es tan nocivo como para prohibirlo en cualquier bar o recinto público, lo razonable sería impedir legalmente el comercio de una sustancia que, por lo que dicen, es tan letal para la vida humana.
Me quedé atónito cuando vi que aquellos bares que invirtieron un buen dinero en la reforma que les exigía la ley anterior, con esta nueva ley, lo único que han hecho es tirar el dinero. Me parece que esta última ley está aprobada para que hablemos de ella y no de lo pelaos que estamos. Y de paso, para cargar con más impuestos a los fumadores cubriendo con la bandera de la salud pública la habitual voracidad fiscal del Estado.
Realmente el mundo actual está lleno de sinsentidos.
De todas formas habría que ver cuáles son los valores de los padres de las nuevas generaciones, porque casi diría que las ventajas las ha proporcionado el mundo de «sus abuelos».
Perdona, no he podido venir por aqui para aprobar tu comentario. Efectivamente, se refería a los padres de las generaciones actuales: a los coetáneos de Virginia Woolf. Y también yo me refería a ellos.