La Voz de Galicia

Hemos vuelto a quedar mal con esto de la Jornada Mundial de la Juventud y la visita del Papa: lejos de la imagen de pueblo hospitalario con toda esa chavalada que viene de fuera  y, desde luego, lejísimos de cualquier idea de pueblo tolerante. Decía ayer Enric Juliana en La Vanguardia que la religión católica es la más tolerante del mundo actual y la más perseguida. Los datos que avalan ambas tesis se acumulan por momentos y ya son muchos quienes denuncian  lo segundo, aunque menos los que perciben lo primero.
Que muchos vean intolerante a la Iglesia Católica tiene que ver con la visión sexualizada de nuestro mundo: al final, la perciben así porque no cambia su criterio en temas como el aborto, la contracepción, el divorcio o los matrimonios homosexuales. Como si pudiera. Y no se fijan en nada más, porque parece que para tantos no existe asunto de mayor relevancia. Importa poco que la Iglesia no imponga su doctrina –basta ver nuestras leyes–, lo que se pretende es que calle, y de ese modo silencian también su voz y su trabajo en defensa de la dignidad humana en cualquier ámbito.
Se puede entender, aunque no se disculpe, una persecución bronca contra los cristianos en, pongamos, Malasia o Somalia, en China o en ciertas zonas de la India.  Que ocurra aquí, sin sangre pero con rabia, duele mucho. Que se trate a los católicos como jamás se trataría a musulmanes o budistas, resulta escandaloso. Y curiosamente, eficaz para los católicos, que siempre han crecido en la persecución. Si fuera laicista militante, me replantearía la estrategia. También, por no hacer el ridículo.