La Voz de Galicia

Coincidieron anteayer dos noticias: el descenso del paro –aunque en la misma medida que en mayo del 2010– y la ruptura de las negociaciones entre patronal y sindicatos en torno a la flexibilización del mercado laboral español, tan necesaria para que las crisis no se ajusten siempre por el mismo lado, el del empleo, con las terribles secuelas sociales que eso supone.
A la vez, leo un artículo de Alfredo Pastor, profesor del IESE, en el que advierte que las medidas clásicas no bastan para una buena política de empleo. Indica que se agudiza la polarización: el empleo y el salario aumentan en los dos extremos de la escala profesional. La razón parece simple: tanto los que trabajan con un alto nivel de abstracción y análisis como los que, sin apenas formación, se desenvuelven gracias a su habilidad física o su capacidad para atender a los demás son insustituibles, porque sus quehaceres no son rutinarios y resulta imposible automatizarlos o deslocalizarlos: “Manipuladores de alimentos y camareros, atención al cliente, conductores de grandes camiones, auxiliares de enfermería y celadores, recepcionistas, guardias de seguridad, albañiles, paisajistas, asistentes del hogar y enfermeros” serán los trabajos más demandados en Estados Unidos los próximos años. Sin embargo, los empleos medios –“administrativos, contables, operarios de máquinas, etc.”- se pueden automatizar con mayor facilidad y compiten con los salarios bajos de los países emergentes.
Quizá eso explique que, pese a su mítica flexibilidad laboral, Estados Unidos padezca ahora una tasa de paro elevada. El manido ramillete I+D, flexibilidad y formación profesional constituyen, desde luego, parte de la solución. Pero el problema parece mucho más complejo y requiere soluciones imaginativas.

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