La Voz de Galicia

Hace treinta o cuarenta años, los gurús de entonces pronosticaban que íbamos hacia una sociedad del ocio: es decir, hacia un tiempo en el que se achicarían las jornadas laborales y se agrandarían como días de verano nuestros tiempos de descanso. Es lo que tienen los gurús, de eso viven, de equivocarse de palabra y por escrito intentando adivinar el futuro siempre impenetrable. Como cierto tipo de intelectuales, los gurús proliferan en nuestros días porque viven de la credulidad, ahora creciente, y de las crisis: de pronosticar crisis, de inventarlas o, en el mejor de los casos, de explicarlas. Pero salvo en unas pocas cosas obvias –si continúan impidiendo que nazcan niñas, efectivamente, los chinos tendrán un problema para casarse dentro de pocos años, como alguien ha escrito esta misma semana–, salvo esas relaciones de causa-efecto que muchas veces no se perciben o no se quieren percibir, salvo esas cosas, digo, el futuro continúa impenetrable y así debe ser.
De modo que todas aquellas teorías sobre la sociedad del ocio se han convertido ahora en teorías sobre la adicción al trabajo –allí donde lo hay– o sobre el mejor modo de desconectar, porque las nuevas tecnologías, con tantas ventajas, nos han traído también ese inconveniente: que ya no hay hora de salida del trabajo. Ni siquiera hay hora de entrada.  Uno está disponible y alcanzable en cualquier momento y lugar, salvo en los aviones, en días laborables y festivos, sobre todo cuando no coinciden con los de otras comunidades autónomas.
Así que si tienen puente y pueden, olviden el móvil sin querer en algún sitio o apáguenlo. Un poco, al menos.