La Voz de Galicia

El lunes volvía de viaje y quise, por excepción, ver el telediario de la noche. En taxis y aeropuertos había seguido la secuencia informativa: primero, que habían matado a Bin Laden, después dónde, las primeras versiones del cómo, el destino del cadáver, etcétera. No sé qué esperaba del telediario, pero lo vi y empecé a desesperarme: la información nueva era poca, irrelevante o desagradable, como las manifestaciones llenas de alegría delante de la Casa Blanca y al grito de “¡USA!, ¡USA!”. Pero entonces entró en escena Gema García y trajo a la pantalla el testimonio refrescante de dos chicas españolas que estaban de paso en Nueva York y tenían cara de miedo o de susto. Quizá era solo respeto por la cámara. Una de ellas dijo en el tono justo, casi tímido, la frase que introdujo una sensatez consoladora en aquel informativo descabellado: “Alegrarse por la muerte de alguien no está bien, pero supongo que les producirá alivio”.
En la primera parte de su respuesta enunció un principio insuficientemente repetido esta semana: el Vaticano se quedó casi solo en la reprobación de las celebraciones. La segunda parte implica un intento de comprensión, de hacerse cargo. De alguna manera, aquella chica hizo lo contrario que Obama. El presidente se saltó los principios, quizá porque no le quedaba otro remedio o no supo encontrar mejor solución. En eso consiste exactamente el pragmatismo: en reconocer los principios y no aplicarlos, sin embargo, al caso concreto, o aplicarlos solo a los nuestros.
La chica actuó al revés: reconoció los principios, los subrayó –es indigno alegrarse de la muerte de alguien- y luego intentó comprender sin justificar. Pues eso.