La Voz de Galicia

Me parece que se lo leí a Romano Guardini. Decía que quien no perdona se siente inferior, en el fondo, porque reconoce que hay algo en el otro que puede dañarle y, además, permanentemente. Sin embargo, añadía, el que perdona se parece mucho a Dios que, propiamente, es el único capaz de perdonar, de borrar la ofensa, de hacerla desaparecer. O algo así. El rencoroso, al revés: rumía los agravios hasta el final de sus días, lleva listas interminables de afrentas y venganzas pendientes, retira la palabra y el saludo, maldice y habla mal –que parecen lo mismo- y con sus maldiciones, habladurías, desplantes, venganzas y listas engendra monstruos en el alma que alimenta de amargura y resentimiento crecientes.
Quien perdona,  no. Quien perdona se libera, como dice alguien en “Encontrarás dragones”, y se dulcifica: se vuelve cada vez más comprensivo. Me pareció muy a propósito para nuestros días esta película sobre el perdón, ahora que perdonar se entiende como una debilidad, una flaqueza de carácter, un rasgo de sumisión. Trataba sobre lo mismo la película de Clint Eastwood sobre Mandela, “Invictus”, pero me parece que el mensaje en la de Roland Joffé resulta más profundo, vigoroso y eficaz, sobre todo con los más jóvenes, tan propensos a amar y odiar por imitación.
Vi “Encontrarás dragones” en Madrid, en un rato perdido antes del avión de regreso. Y me alegró disponer de unas horas de viaje, a solas, para repensarla tranquilo y digerirla con calma, sopesando lo que había visto y escuchado. Algo que me sucede con muy pocas películas. Pero es que esta duele como un disparo en el pecho.