La Voz de Galicia

Ser uno mismo resulta muy cansado, ya lo dijo, de otra forma y quizá con otro sentido, Pablo Neruda. De ahí el éxito del carnaval y de la máscara: te permiten esconderte un rato, de modo que no se te atribuyan actos que, en condiciones normales, serían -según tú mismo- impropios de ti. Una especie de paréntesis en el duro trabajo de ser yo, de parecernos a lo que realmente queremos ser.

Pero el carnaval resulta muy complicado cuando no es un paréntesis, sino una superposición, cuando nos ponemos la máscara sobre otra máscara o sobre otras máscaras. Cuando aparentamos sobre lo que ya aparentamos y no somos. Cuando carnaval es todo el año y, además, tenemos Carnaval. ¿De qué podrían disfrazarse, por ejemplo, los líderes de Estados Unidos o de la UE después de cómo han actuado con Libia? ¿De demócratas, de nosotros-no-intervenimos-en-asuntos-internos- de-otros-países, de campeones de los derechos humanos, de amiguito-según-me convenga? ¿De qué podría disfrazarse Rubalcaba, que ya se ha disfrazado de todo? ¿Y Berlusconi?

Nadie es tan guapo, dicen, como su foto de Facebook, ni tan feo como la de su carné de identidad. En los perfiles de Internet abundan las fotos falsas, los disfraces curriculares. ¿De qué se disfrazarán los que ya van disfrazados todo el año?

La sabiduría popular carnavalesca arremete contra tanta personalidad impostada, tanta incoherencia, tanta falta de respeto por uno mismo, tanto querer ir de otra cosa: la que sea, con tal de que los demás la valoren. Quizá por eso, la poesía reivindica como nunca antes la voz propia, personal, frente a una sociedad de masas y máscaras.

La Voz de Galicia, 5.03.2011, última página.