La Voz de Galicia

Columna en la última página de Nuestro Tiempo, publicada hace unas semanas. Empieza así:

Hace unas semanas tuve que acompañar a mi padre, que oye poco, a una entrevista con un maderero. Se trataba de cerrar la venta de una partida de eucaliptos que mi padre plantó hace veinte años en un monte heredado. El asunto me preocupaba porque él se toma estas cosas muy a pecho y la última vez que vendió madera tuvo que pasar por el hospital. Encontramos al hombre en un restaurante de carretera. Esperaba ya cuando llegamos. Tenía aspecto de viejo indiano en blanco y negro: cabeza rectangular y pálida, pelo abundante y cano peinado hacia atrás, gafas de pasta negra, ojos pequeños y vivos, camisa blanca, corbata estrecha jaspeada en granates muy apagados  y un abrigo gris marengo que no se quitó. Andaría por los setenta. Se levantó para saludarnos, muy amable, lanzó todo tipo de galanterías en un gallego perfecto, pero casi desprovisto de acento, pidió unos cafés y volvió a sentarse. Nos miraba muy sonriente, de un modo que me ponía nervioso. Evidentemente, estaba acostumbrado a tratar a los demás como inferiores, pero de un modo condescendiente, casi paternal.

(más en Nuestro Tiempo)