La Voz de Galicia

Me parece de interés el escándalo que ha montado la revista Vogue al utilizar tres niñas de siete años como modelos. Vistas algunas de las fotos, compruebo que las niñas no van vestidas de “lolitas”, como había leído, sino más bien de mujeres, algo que casi todas las niñas hacen en algún momento: ponerse los zapatos, los vestidos o los collares de mamá, embadurnarse con el pintalabios y esas cosas. “Lolitas” son las que andan por los 14, los 18, los veintitantos o más y se visten como si tuvieran siete. De esas deambulan centenas por las calles y, por lo que se ve, no escandalizan a nadie. El problema de estas fotos radica en algunas de las poses, que imitan demasiado bien lo que hacen sus mayores. Que los niños no puedan imitar a los mayores tiene algo de terrible, y que los mayores se escandalicen de que los imiten, también. Aunque lo peor es que los mayores obliguen a los niños a imitarles en lo malo. Especialmente ahora, que vivimos en una sociedad llena de enfermos que convertirán a esas pequeñas en objeto como hacen con las mayores, de las que ya se han hartado por sobredosis (basta ver los números anteriores de la revista para concluir que el siguiente paso tendrían que ser niñas). La parte aprovechable del escándalo es que pone en evidencia toda la lógica del negocio y nuestras contradicciones culturales: muchos de los escandalizados coinciden con los que votaron en contra de elevar la edad del consentimiento sexual y a favor del aborto de menores de edad sin conocimiento familiar y con tantas madres que, como dice Manuel Castells, sí visten de “lolitas” a sus hijas.