La Voz de Galicia

El fenómeno Wikileaks quizá suponga un cambio radical en la manera de entender la política, la empresa y la comunicación. Ya veremos. De entrada, si nos preguntamos a quién perjudica la filtración de los papeles del Departamento de Estado, quizá más de uno llegue a la conclusión de que perjudica a todos los gobiernos implicados. De momento, a casi todos más que al propio Estados Unidos. No dispongo de espacio para desarrollar esta tesis, pero basta con hacerse la pregunta papel por papel.
También resulta interesante que la organización haya decidido hacer esta vez una filtración selectiva y a través de cuatro periódicos, a los que se unió después The New York Times. Las publicaciones reconocen que se han coordinado entre sí e incluso con sus gobiernos, y de hecho han limitado los estragos de la filtración: cables o parte de ellos que no se publican. El interés en este punto es doble: después de dos filtraciones masivas sobre Irak y Afganistán, Wikileaks se ha dado cuenta de que necesita de los diarios. Para lograr una difusión eficaz, no basta con que se confíen a los blogueros, necesitan equipos profesionales capaces de procesar tan ingente material, contextualizarlo y darle forma narrativa y visual. El periodismo y los periódicos, al final, no estaban tan muertos como algunos decían. Al revés, Wikileaks ha realzado su papel interpretativo, siempre limitado por la orientación editorial de cada medio y la competencia de sus profesionales.
Hace meses un amigo, harto de la corrupción, me propuso montar una wikileaks local. Mucha gente, dijo, estaría dispuesta a facilitar documentación si se protegía suficientemente su anonimato. Seguro que otros pensaron lo mismo. Que se multiplique sería el efecto más relevante de Wikileaks. Si esto llegara a producirse,  solo quedaría una defensa contra la máxima transparencia: la máxima honradez.