La Voz de Galicia

Acudo a la cita con la III cibercampaña contra la pornografía infantil que promueve mi amigo Nacho de la Fuente desde La huella digital. Por falta de tiempo y por otros motivos, me limitaré este año a reproducir una entrada del 2008 sobre este asunto:

Esta entrada es larga, aviso. Y contiene una cita, también extensa, de Romano Guardini, el filósofo y teólogo italo-alemán (Verona, 1885-Munich, 1968).

En junio, los días 3 y 25, publiqué dos entradas tituladas “Pornografía infantil”. A partir del 29, apenas escribí en el blog. Como, además, empezaba la época de vacaciones para mucha gente, supuse que las visitas bajarían mucho. Esos primeros días no miré las estadísticas. Luego sí, y comprobé que el número de visitantes era bastante inferior, pero no tanto como cabía esperar. Me puse contento como un idiota. Llegué a dar las gracias en el propio blog el día 3.

Unos días de descanso después, volví a mirar las estadísticas: las visitas no bajaban y publicaba sólo la columna de los sábados, el día de menos audiencia en internet. Como no lo entendía, miré un poco más: las páginas con mayor número de visitas eran las dos sobre pornografía infantil que mencionaba antes. Me fijé en las consultas a los buscadores y la mayoría de ellas provenían de personas que buscaban ese tipo de pornografía. Algún día pasaban de los dos centenares. Provenían de todos los países de habla hispana y de algunos más.

La avalancha de visitas se prolongó durante varias semanas y aún queda un resto. No quise decir nada aquí de lo que estaba ocurriendo por varias razones que ahora no voy a explicar. Lo comenté, lleno de tristeza, con varios amigos. A la vuelta de vacaciones, uno de ellos, comentarista habitual, me dijo que debería escribirlo para que se viera lo que ocurre. Le expliqué por qué prefería el silencio.

Ahora he pensado que mi amigo tenía razón. Si alguien vuelve en busca lo que no hay, ojalá lea estas palabras de Romano Guardini. Forman parte de una glosa a aquellas de Jesús sobre los niños que todo el mundo conoce: “Y al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le arrojaran al fondo  del mar… Mirad que no despreciéis a uno de estos pequeñuelos, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos”.

El niño no puede defenderse, no puede protegerse contra las personas mayores. No puede rivalizar en la habilidad, la experiencia, la reflexión de los adultos. Menos todavía cuando el adulto es malo, cuando envenena su espíritu, enturbia su sentimiento del bien y del mal, acucia los sentidos mal protegidos del niño, destruye el pudor y el respeto. Nada puede hacer el niño para defenderse de todo esto. Pero Jesús dice: Tened cuidado. Al ver este ser débil, veis un misterio divino, delicado, sagrado. Quienquiera que ponga la mano en él comete una acción tan horrible que mejor sería que se le hubiese aniquilado antes como a un animal peligroso.

Nuestro texto es uno de los raros pasajes de la Sagrada Escritura que nos hablan del ángel de la guarda que Dios ha dado al hombre para que proteja su tesoro sagrado. La imagen del ángel de la guarda se ha diluido en el transcurso de los tiempos, como todo lo grande que la Revelación contiene. Se ha convertido el ángel en una especie de vigilante invisible que impide al niño caer al río o ser mordido por una culebra. El ser glorioso y terrible del que habla la Sagrada Escritura se ha convertido en algo sentimental, casi equívoco. En realidad, el ángel es el primer ser creado por Dios. Su naturaleza está dotada de una potencia irresistible. Cuando se aparece a los hombres, sus primeras palabras son: “No temáis”, lo cual significa que él mismo confiere la fuerza para ser soportado. Ha recibido de Dios el encargo de proteger el tesoro santo albergado en el hombre confiado a su cuidado. Le protege a través de los errores, el sufrimiento, la muerte… Y he aquí que Jesucristo dice: “Ten cuidado de no tocar lo sagrado que hay en el niño. Detrás de él está el ángel que ve a Dios”. Detrás del niño está Dios. Si te acercas demasiado a él, rozarás algo que conduce inmediatamente al misterio de Dios. Y entonces te verás cara a cara con un adversario terrible. Es cierto que este se calla. Parece que no ocurre nada. Pero un día sabrás lo que sucedió cuando se convirtió en adversario tuyo. Queda manifiesta aquí la santa dignidad del ser que no puede defenderse.