La Voz de Galicia

Contador no tiene suerte. Parece un buen chaval, un tipo que ha trabajado mucho para llegar a la cima. Pero llegó en mala hora. Cuando el ciclismo, una riada furiosa en los buenos tiempos de Perico e Induráin, había perdido popularidad y audiencia. Quizá no sólo por los casos de dopaje, tan frecuentes, sino también por el auge de otros deportes que le fueron robando protagonismo. Los últimos cinco Tours fueron para españoles, pero ni se siguieron ni se celebraron tanto como los de Induráin o Perico. Estaban ya devaluados. Y ahora, a Contador le vienen con esto: una dosis mínima de una sustancia que difícilmente podría ayudarle a subir mejor los puertos. No tiene suerte. Ya  lo han marcado.
No importa que el ciclismo cuente con los controles más severos. Ni que parezca poco probable que alguien destinado al primer puesto se dope  con una sustancia inútil. Salvo que, como algunos dicen, se trate del rastro de una autotransfusión o de una fórmula para tapar otras sustancias. O la señal de que la maquinaria del Tour no le quiere más en el podio.
¿Cómo no asombrarse de las palizas que se pegan, supuestamente, con la pasta como único carburante? La solución no pasa por acortar etapas o dulcificarlas, porque se doparían para hacerlas más rápido. Me dice alguien que sabe: «Estamos convirtiendo el ciclismo en lucha libre, en un deporte que se mira como las cabalgatas de Reyes, sabiendo que lo que ocurre no es verdad». Mientras, van cayendo: unos en la cuneta, otros, bastantes, muertos prematuramente o mermados.
El dopaje en el ciclismo es otra de nuestras hipocresías, porque hablamos del deporte más vigilado. Pero nadie se pelea, o muy poco, por conseguir los derechos de televisión de casi ninguna vuelta. Nadie sigue sus entrenamientos solitarios y sin glamur. Son poco negocio. Los devoramos de otra manera.