La Voz de Galicia

Viendo estos días desde lejos cómo se ponía en marcha la ley del aborto en España, viendo las poses en las fotografías que servirán para recordar tal día en el futuro, escuchando las declaraciones de ministras y demás responsables, comprobando cómo, seis contra cinco, el Tribunal constitucional se negó a suspender la ley, aunque eso signifique suspender muchas vidas, asistiendo en fin a esta parodia de conquista histórica, como si pudiera serlo el haber ganado la libertad y el supuesto derecho a que la madre mate a su hijo, siempre y cuando tenga tantas semanas menos un día, pagando a un médico al que no se le quiere reconocer la objeción de conciencia, acompañaba, digo, todo ese despliegue irrazonado e irracional y ante la falta de argumentos, me dije de repente: «Pero si es al revés».
Insisten los abortistas en que sus contrarios se respaldan en tesis religiosas, que defienden al no nacido porque se lo manda la Santa Madre Iglesia y punto. Da igual que muchos provida sean ateos o que recurran a razonamientos filosóficos y científicos. Se les tacha de vaticanitas y a otra cosa. Pero lo cierto es que los abortistas sí emplean casi exclusivamente argumentos religiosos y no solo para atacar a los contrarios: únicamente el fideísmo progresista cree que el aborto reducirá los embarazos adolescentes, por ejemplo, algo que no ha ocurrido en parte alguna. Niegan legitimidad en la discusión pública a los argumentos religiosos. Pero en este asunto indefendible, manchado de sangre y billetes de quinientos, el gobierno y sus aliados aducen los dogmas improbables del fideismo progresista que, como todo fideísmo, no necesita demostración: basta con que lo autoricen los popes del momento. Y ya está, ya puede circular acríticamente, laicamente bendecido, entre la multitud de idiotas, que callamos y consentimos la ignominia con tal de no ser llamados, ¿qué?