La Voz de Galicia

Me han hecho gracia las declaraciones que, según la agencia Efe, hizo ayer Gaspar Llamazares sobre la invitación a compartir el «Desayuno Nacional de Oración» que Obama ofreció a Zapatero y éste aceptó. Dice Llamazares que tiene dudas sobre la conveniencia de aceptar una invitación de tal naturaleza, porque no debe confundirse lo político con lo religioso, «sobre todo porque España es un país aconfesional». Como si Estados Unidos, no. Para remachar el aserto, siempre según Efe, el diputado de IU añadió: «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».
La paradoja de acudir, acertadamente por otra parte, a una cita del Evangelio de San Marcos me parece más que un simple acto fallido. Ni siquiera consiste propiamente en una paradoja, sino en una contradicción, un no entender. Porque, si fuera coherente, evitaría recurrir en unas declaraciones políticas a una fuente de autoridad religiosa. La portavoz del PP, por ejemplo, prefirió la paráfrasis de un borbón: «Obama bien vale una misa».
Puede objetarse, claro, que la frase —además de explicar muy bien la doctrina de Cristo sobre las relaciones Iglesia-Estado— forma parte de nuestro acervo cultural y, por lo tanto, queda disponible para cualquiera, con independencia de su origen religioso. La objeción es correcta, debe aceptarse. De hecho, Llamazares no podría mantener semejante criterio en una cultura no cristiana y, por supuesto, sería inadmisible en una cultura comunista. De ahí que se trate de un acto fallido, porque parece improbable que quisiera decir lo que dijo.
Cuando se tiran piedras contra la propia identidad, además de destrozarla, se corre el riesgo de caer en el sectarismo, en la contradicción, en el ridículo o en el esnobismo vulgar al que se refería Bertone a propósito de Halloween: «Nos quitan las cruces y nos dan calabazas».