La Voz de Galicia

Escribo apenas unos minutos después de terminar la lectura de la última encíclica de Benedicto XVI, «Caritas in veritate». Dará mucho que hablar y no solo esta semana. Dará también, o eso espero, mucho que hacer. Porque es todo un programa para la esperanza.

Sin embargo, muy probablemente recibirá una fuerte contestación en algunos medios intelectuales y periodísticos. Les resultará difícil demonizar al Papa esta vez, aunque siempre se puede conseguir mediante una adecuada selección de los textos y una interpretación deformada de su sentido originario.

La encíclica demuestra un penetrante conocimiento de nuestra situación cultural, social y económica, a cuyas carencias sabe dar respuestas fuertes, aunque sin inmiscuirse en las concreciones políticas o técnicas que no son competencia del Romano Pontífice.

A un lector poco acostumbrado a esta literatura, le sugeriría que comenzara en el capítulo segundo, pero que vuelva a la introducción una vez que haya terminado el documento. Digo esto porque en ese capítulo comienza el análisis de la situación y cualquiera puede reconocerse en él. No gustará, eso sí, a los extremados, porque el Papa descarta constantemente las posiciones simplificadoras: el laicismo y el fundamentalismo, el naturalismo ecologista contrario a todo progreso y el desarrollo a cualquier precio, el liberalismo absoluto que niega cualquier papel redistribuidor al Estado y el estatismo paternalista. Podría construir esta columna solo con las falsas dicotomías entre las que vivimos y que Benedicto XVI desmonta.

Sorprenderá, supongo, la propuesta de una nueva Autoridad mundial de carácter subsidiario, pero fuerte. Sorprenderá que ligue desarrollo y evangelización. Sorprenderá. Me queda el espacio justo para recomendarles que no permitan que nadie se la cuente. Léanla.