La Voz de Galicia

Alguien me recetó ayer un poco de sol: «Necesitas un poco de sol», dijo, «lo necesitamos todos». No tengo nada contra el frío, el viento o la lluvia, que suelen gustarme, pero llevo mal esa pertinacia con la que los tres se han agarrado a la piel del país hasta anegarlo en gripes interminables de las que se sale siempre a medias: a media tos y a media voz. Pero de nada sirve que te receten sol. Ese medicamento no se despacha. Llega o no llega. Solo puedes esperar.
Mi correo electrónico padece una extraña propensión a recibir currículos. En las últimas semanas la tendencia se ha extremado hasta alcanzar proporciones desorbitadas. Empezamos a deambular por la crisis como por el frío y la lluvia, solo que sin ninguna idea de cuándo acabará la cuesta abajo, sin una esperanza inmediata de sol. No cabe refugiarse en las noticias: ni en las económicas —cada nuevo estudio, cada nuevo índice, cada nueva calificación de las agencias de rating, cada nuevo pronóstico de Solbes empeora siempre el anterior— ni en las políticas: huelga de jueces, espionajes, corrupciones y corruptelas en lo nacional y en lo local, la guerra de Gaza o la del Gas, en lo internacional. Solo más lluvia, más viento y más frío.
En un panorama así, la toma de posesión de Obama brilló como un sol, aunque apenas produzca otro calor, de momento, que el de la esperanza. No es poco. Fui de los contados que no siguió en directo los fastos de Washington ni leyó las noticias que, antes y después, destripaban sus pormenores. Pero entiendo que se necesitan agarraderos, referencias morales y estéticas, que es justo lo que encarna Obama. Le escuché ayer mientras hablaba de la importancia de poder decir «nosotros no torturamos» y que sea verdad. En el ajuste palabra-realidad nace la esperanza. Deberían saberlo también los nuestros. O nos condenarán a la eterna promesa del cambio, para darnos siempre lo mismo.