La Voz de Galicia

Leí por primera vez a Daniel Pennac hace años, a raíz de la publicación de su libro Como una novela, que luego recomendé mucho. Sin embargo, me ha costado animarme a leer Mal de escuela.

Lo hice, finalmente, con un gozo progresivo que terminó casi en turbación. Pennac habla de la crisis de la escuela actual como se debe hablar: sin dogmatismos ni exageraciones alarmistas, haciendo vivir los problemas a base de historias. Todo resumen, por tanto, traiciona lo que dice.

Advertido esto, pienso que Pennac está convencido de que el problema de la escuela somos los profesores. No todos los profesores, sino aquellos que piensan que enseñar es una tarea técnica como otra cualquiera. Y no. Enseñar es una pelea portentosa, descomunal.

Al final, viene a decir, a una chica o a un chico los saca adelante un profesor o una profesora que están dispuestos a meterse en esa lucha titánica hasta conseguir levantar a esa chica o a ese chico. Lo explica muy pronto, en la página 36, y todo lo demás parece una glosa muy bien pensada de esa idea primigenia:

“A todos los que hoy imputan la constitución de bandas al fenómeno de los suburbios, les digo: tenéis razón, sí, el paro, sí, la concentración de los excluidos, sí, las agrupaciones étnicas, sí, la tiranía de las marcas, sí, la familia monoparental, sí, el desarrollo de una economía paralela y los chanchullos de todo tipo, sí, sí, sí… Pero guardémonos mucho de subestimar lo único sobre lo que podemos actuar personalmente y que además data de la noche de los tiempos pedagógicos: la soledad y la vergüenza del alumno que no comprende, perdido en un mundo donde todos los demás comprenden.
Solo nosotros podemos sacarlo de aquella cárcel, estemos o no formados para ello.

Los profesores que me salvaron –y que hicieron de mí un profesor– no estaban formados para hacerlo. No se preocuparon de los orígenes de mi incapacidad escolar. No perdieron el tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más… Y acabaron sacándome de allí. Y a muchos otros conmigo. Literalmente, nos repescaron. Les debemos la vida” (Daniel Pennac, Mal de escuela, cap. 11, p. 36)