La Voz de Galicia

Leo con mucha vergüenza las infinitas gestiones que tuvo que realizar el Presidente del Congreso, José Bono, para dejar en nada la placa en recuerdo de la madre Maravillas. Los días anteriores había seguido la trifulca organizada en torno a un asunto tan pequeño, y el enorme despliegue de palabrería sobre la aconfesionalidad del estado.

Por lo que se ve, aconfesionalidad significa ahora que el estado puede homenajear a quien quiera a no ser que el homenajeado tenga significación religiosa (o católica, ya no sé), lo que supone una discriminación brutal. Casi es lo de menos. Lo de más es cómo pierde el tiempo esta gente y con qué cosas se encona.

Descansa un poco el relato de Juan Manuel Riesgo en El País (via Internet Política): «Mi tía, hija de un comandante médico del Ejército republicano, vive en una residencia fundada por la madre Maravillas, con mayor calidad de vida y mejor precio que otras». Cuenta luego muy brevemente la historia de prisiones y exilios de su familia republicana y añade: «La madre Maravillas fue detenida con su comunidad en el Cerro de los Ángeles y llevada a Getafe, al empezar la Guerra Civil. Después, durante 14 meses estuvo en un piso de la calle de Claudio Coello hasta que pudo trasladarse a Salamanca. Nunca lo hubiera conseguido sin la protección de Dolores Ibárruri. Pasionaria admiraba el trabajo y entrega de las humildes monjas con quienes había estudiado, y las salvó».

El historiador concluye: «Sé que esto no gusta ni a la extrema derecha ni a la extrema izquierda, pero que su nombre estuviera en una placa en la pared (mejor exterior) del edificio que fue de la familia de su padre, donde nació, y que hoy forma parte del Parlamento de la nación que su abuelo presidió, sería una forma de reconciliación entre españoles, hoy tan necesaria».

Pero se ve que, incluso ante una crisis brutal, preferimos seguir peleando viejas guerras.