La Voz de Galicia

Tengo una libreta negra, de las que se atan con una goma, llena a rebosar de anotaciones, citas y frases que a menudo no entiendo cuando intento releerlas: abundan los tachones y las frases incompletas, en tintas variadísimas y caligrafías vacilantes. La llevo siempre  porque me presta muy buenos servicios en charlas y conferencias repentinas. Ayer por la tarde la abrí para buscar una anotación sobre lo raro que parece a veces el amor visto desde fuera: la tontería que le entra a la madre con el primer hijo, las bobadas que se dicen los novios, los detalles aparentemente absurdos de dos ancianos que llevan decenios adorándose. Era esta: «Cuando alguien observa fríamente a dos seres que se quieren, viendo cómo se comportan, cuáles son las causas que les determinan e inspiran, lo que les parece importante o fútil, lo que les entusiasma o desilusiona, en el fondo no comprenderá nada o incluso le parecerá extraño o absurdo. Todo esto le ocurre porque está fuera del ámbito en el que se inició el amor. Cierto que ve lo que salta a la vista, pero no acierta a entrever ni el origen ni el término al que se dirigen sus aspiraciones». Pero justo antes, en la libreta venía un diálogo: «¿Todavía somos los buenos? (pregunta un niño)/Sí, todavía somos los buenos (responde su padre)/Y lo seremos siempre (dice el niño)/Sí. Siempre (su padre)/Vale» Y luego: «Cada día es una mentira, dijo (el padre)/ Pero tú estás muriendo. Eso no es una mentira (el niño)». Debajo: «Porque no hay nadie a quién hacer señales, ¿verdad? (el niño). No, no hay nadie (el padre)». Y al final: «¿Qué es lo más valiente que has hecho? (el niño)/Levantarme esta mañana (el padre)». 
Me puse a escribir, pero ya no sabía de qué: si de los  menores inmigrantes tratados como bultos a los que nadie quiere, si de los centenares de miles al borde de la muerte en Congo, si de los parados convertidos en mera estadística, si de los buenos.

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